Elecciones europeas: Sahra Wagenknecht y la izquierda nacional

Jasiel Paris Álvarez

Sahra Wagenknecht ha roto con su partido “Die Linke”/“La Izquierda”), después de estar en primera línea entre 2015 y 2019. Las discrepancias internas se han ido acumulando (de la crisis migratoria en 2015 a la gestión del coronavirus en 2020 a la cuestión de la guerra desde 2022) y de nada sirvió el intento de la plataforma “Aufstehen”/“En pie” (cercana a ella) por empujar a la izquierda alemana hacia posiciones nacional-populares, es decir, sociales a la vez que patrióticas, como las de Mélenchon en Francia o Corbyn en Reino Unido.

Ahora su asociación de reciente creación, “Für Vernunft und Gerechtigkeit”/“Por el sentido común y la justicia”, concurrirá como nuevo partido a las elecciones europeas, en forma de “Bündnis Sahra Wagenknecht”/ “Alianza Sahra Wagenknecht”. La acompañan varios diputados que han abandonado el viejo partido de la “izquierda alternativa” alemana, el mencionado “Die Linke” (que no llegó al 5% en las últimas elecciones generales). Según varias encuestas, dos de cada diez alemanes pueden imaginarse votando al nuevo partido de Sahra Wagenknecht.

Ella entiende que la izquierda se ha alejado definitivamente del interés del pueblo y de los trabajadores nacionales: “se han centrado por completo en cuestiones de dieta, uso de pronombres o percepciones sobre racismo”, dejando de lado “la cuestión de la pobreza y la creciente brecha entre ricos y pobres”. Se refiere al paquete ideológico de la “new left”/“nueva izquierda”, que ella llama “lifestyle left”/”izquierda del estilo de vida” y que, en el debate político occidental suele tildarse sarcásticamente de “woke”/”despierta”.

Wagenknecht quiere retomar las coordenadas de la política social clásica: invertir en infraestructuras, mejorar la administración pública y ampliar el acceso a tecnologías. Muchas de estas medidas desarrollistas son rechazadas no solamente por la derecha liberal, sino por una izquierda post-materialista volcada en batallas culturales, así como por un partido verde que apuesta por un ecologismo empobrecedor para las clases medias-bajas.

Wagenknecht quiere también recuperar otra seña de identidad de la izquierda tradicional: el pacifismo y la neutralidad frente a “conflictos imperialistas”. Estas posiciones han sido progresivamente abandonadas por la izquierda alemana (y parte de la europea [ https://www.elespanol.com/opinion/tribunas/20230321/izquierda-dejo-pacifista-ucrania/750044994_12.html ]), que ha basculado hacia apoyar económica y militarmente “el derecho de Ucrania a defenderse” y “el derecho de Israel a defenderse”.

Así, Wagenknecht se queda con lo mejor de la izquierda tradicional (desde el obrerismo hasta el anti-imperialismo) pero también con lo mejor del movimiento ecologista (que tanto ha crecido en Europa): el desarrollo sostenible y la innovación energética e industrial; es decir todo aquello que descarte las perspectivas “verdes” anti-económicas (ciertas ideas de “decrecimiento”) y anti-humanas (ciertas ideas de “antropoceno” y “especismo”).

Pero también aspira a recuperar una serie de debates que la izquierda ha abandonado, dejando el campo expedito a la derecha de AfD/Alternativa por Alemania. El patriotismo, por un lado. También la desconfianza hacia la integración federalizante en la Unión Europea. Y, por último pero no menos importante, la oposición a los lemas de “inmigración masiva” y “papeles para todos”. La alianza Wagenknecht tiene buenas cartas para efectuar una crítica a las políticas de “migracionismo” y “multiculturalismo” sin poder recibir las típicas acusaciones de racismo, islamofobia o xenofobia, siendo que ella misma es de origen iraní. También forman parte de su equipo la yemení Ali Al-Dailami y la egipcia Amira Mohamed Ali, esta última un auténtico valor político: se trata de la primera mujer musulmana en ser portavoz de un grupo parlamentario.

La tal Amira Mohamed Ali ejercía de portavoz ni más ni menos que en Die Linke, donde defendía ideas de “open borders” y “refugees welcome”, antes de que la Wagenknecht lograse explicarle que eran proyectos contrarios al interés de la clase trabajadora. Todo un testimonio viviente de que mediante la razón es posible persuadir a elementos de la progresía de que la utopía izquierdista del “libre tránsito de personas” es en realidad la distopía capitalista del “libre tráfico de esclavos”. Esclavos: tanto en la función de esclavos productores (tirando a la baja los precios de otros), como en la función de esclavos gladiadores (avivando el conflicto entre grupos étnicos para tapar el conflicto entre capital y trabajo).

En el otro extremo, incapaces de reflexión racional, la izquierda de Die Linke ha redoblado su apuesta migratoria globalista y ha decidido presentar como candidata a las elecciones europeas (y rival directa de Wagenknecht) a ¡ni más ni menos que Carola Rackete! La misma muchacha que se hizo famosa en 2019 por ser arrestada tras introducir un barco de “rescate de refugiados” sin permiso en el puerto de Lampedusa (Italia). En otras palabras, una cómplice con las mafias migratorias de trata de seres humanos que pone su “buena conciencia” individual por delante de las leyes comunes que protegen la soberanía nacional y popular. Con su educación de élite y sus rastas, Rackete se convirtió en 2019 en un icono de lo que el filósofo italiano Diego Fusaro llamó “la izquierda arcoíris”: el arquetipo de elitismo tanto económico como moralista que el pueblo llano rechaza doblemente.

Así, el duelo electoral está servido alrededor del dilema migratorio y quizás sea el último clavo del ataúd en que la izquierda ha insistido en sepultarse. En España, por cierto, el partido Sumar, parte de nuestra “izquierda alternativa” siempre embobada con las izquierdas alemanas, ha copiado el mismo modelo y ha presentado como candidata del partido Sumar a Estrella Galán, procedente del entramado de lobbies pro-inmigración. Lo que nos falta es una Sahra Wagenknecht.

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