Mundo

Brasil: Aflicciones revolucionarias

Valerio Arcary 

26/02/2022

1. El año 2022 comenzó muy mal. Hay cierta inquietud en las filas de los sectores de vanguardia más radicalizados en los movimientos sociales. La amargura, la angustia y la aflicción han aumentado ante la extrema lentitud de la lucha contra los neofascistas. Muy comprensible es este desencanto, si consideramos el desastre que se profundiza, día tras día, impunemente: (a) el impacto de la tercera ola de la pandemia con el aumento de los contagios y las muertes causadas por la variante Ómicron; (b) las tragedias sociales precipitadas por las previsibles tormentas de verano en Bahia, Minas, São Paulo y ahora Petrópolis, que superan los 200 muertos; (c) la sucesión ininterrumpida de episodios de violencia racista, machista y homofóbica; (d) el vertiginoso empobrecimiento acelerado por la inflación, y la permanencia de un desempleo aún muy alto; (e) la degradación ambiental de la minería con la devastadora polución que contaminó las playas de Alter do Chão en Pará, etc.

2. La mayoría de los militantes de la izquierda brasileña son jóvenes. La historia ha sido cruel con esta nueva generación. El impulso progresista que llevó a los jóvenes a las calles en las jornadas de junio de 2013, aunque confuso y muy discutido, se agotó en febrero de 2014. La crisis económico-social abierta entre 2015/16 no despertó la voluntad de lucha de los trabajadores, y la situación no evolucionó en la dirección de una situación prerrevolucionaria, sino a lo contrario. La relación de fuerzas entre las clases se ha invertido dramáticamente, con el desplazamiento hacia la extrema derecha de la mayoría de las clases medias, arrastrando a los sectores obreros y populares.

Después de trece años de gobiernos de colaboración de clases liderados por el PT, sufrimos un golpe institucional en 2016, y el mandato de Michel Temer allanó el camino para el ascenso de Bolsonaro. Llevamos cinco años en una situación reaccionaria. Mucho tiempo para alguien que se inició en el activismo hace diez años o incluso menos. Y el horizonte más optimista que se dibuja es una victoria de Lula. El límite político-histórico del desenlace será un retorno del PT al frente de un gobierno de colaboración de clases estabilizando el régimen democrático-electoral frente a la amenaza golpista bonapartista de Bolsonaro. Es comprensible que entre los activistas más abnegados haya cierto desaliento y frustración por la lentitud del proceso en Brasil, especialmente si se compara con Chile y Bolivia, Perú y Ecuador, o incluso Argentina. Pero este desencanto y las limitaciones de la izquierda brasileña, no deben desanimar a nadie. Con Bolsonaro, la crisis económico-social se ha agravado dramáticamente, y el cataclismo pandémico se ha cobrado más de 640.000 vidas, pero no han sido suficientes para impulsar a la escena a millones para derrumbar al gobierno en 2021, por diversas razones. Lula se negó a salir a la calle, y las secuelas subjetivas de las derrotas acumuladas dejaron heridas abiertas en la conciencia de los sectores más organizados. Pero en la lucha de clases no hay atajos. El malestar con el inmovilismo de los sindicatos, la apatía o el acomodo, mayor o menor, de las organizaciones más tradicionales, o el electoralismo de los partidos de izquierda creció entre la juventud más militante. Pero la expectativa de que, de alguna manera, estamos siempre en vísperas de una explosión de furia de los sectores más sufridos del pueblo que podría ser un detonante para que la clase trabajadora entre en escena es, esencialmente, una ilusión, alimentada por el deseo. Las ilusiones revolucionarias son la antesala del autoengaño. Como la historia nos ha enseñado amargamente después de 1968, cuando lo mejor de la vanguardia abrazó una táctica ultraizquierdista, separarse del movimiento real de las amplias masas lleva a las fuerzas más combativas a un callejón sin salida.

3. Desde el año pasado, bajo el impacto de la experiencia catastrófica de la gestión negacionista de la pandemia, finalmente, una inflexión de la coyuntura ha generado una mayoría social contra el gobierno. Pero las movilizaciones de la campaña Fuera Bolsonaro fueron insuficientes, por diversos factores, para lograr el impeachment del neofascista, alimentando la frustración en la vanguardia que salió a las calles. La ausencia de los grandes batallones de la clase trabajadora en las calles alimenta la frustración. La inseguridad y el miedo por temor al desempleo, o la vacilación y la duda por falta de confianza en sí mismo siguen prevaleciendo en la clase trabajadora. Pero así como es un error idealizar la capacidad de lucha de los trabajadores, también es muy peligroso desesperar sobre su papel en el destino de la lucha socialista. La lucha política tiene sus tiempos. 2016 no fue una derrota histórica. La clase trabajadora no tardará décadas en ponerse en marcha. La vanguardia de los movimientos sociales no debe desesperar por impaciencia.

4. Pero la irritación y la impaciencia han crecido en la militancia de izquierda más combativa. Tenemos buenas razones para un legítimo descontento. Celebramos actos contra las brutalidades de la barbarie social, reuniendo a unos cuantos miles. Organizamos campañas de solidaridad para aliviar el sufrimiento de las víctimas, recogiendo donaciones. Pero prevalece un sentimiento de impotencia. Al fin y al cabo, después de tres años de la pesadilla y la ruina provocada por el gobierno de Bolsonaro, y a pesar de las movilizaciones entre mayo y noviembre del año 2021, la medición de fuerzas con la extrema derecha se hará, tardíamente, en la campaña electoral que recién tendrá lugar en octubre. Y serán unas elecciones plebiscitarias que anticiparán la disputa entre Lula y Bolsonaro en la primera vuelta. La necesidad de derrotar a Bolsonaro es una emergencia tan poderosa, y el tsunami de apoyo a Lula es una ola tan gigantesca que, prácticamente, anularon la posibilidad de audiencia y espacio para la presentación de una candidatura de izquierda anticapitalista.

5. Respetar los límites impuestos por la relación política de fuerzas no es acomodación táctica, sino inteligencia política. No se puede luchar contra todo y contra todos al mismo tiempo. La lucha política seria requiere cálculo. No se puede combatir a Bolsonaro y, al mismo tiempo, anticipar la lucha opositora de la izquierda a un posible y futuro gobierno de Lula en 2023. Aun así, ya se han presentado tres candidaturas revolucionarias por parte del PSTU, el PCB y UP: Vera Lúcia, Sofía Manzano y Leo Péricles. Merecen respeto por su compromiso en la construcción de sus organizaciones. Pero es inevitable que desarrollen sus campañas en círculos muy restringidos. No hay razón para dudar de que denunciarán a Bolsonaro, implacablemente, pero no podrán exponer sus visiones críticas sobre Lula, lo que, también, es justo. Al borde del abismo de la marginalidad serán invisibles. El peligro ineludible de esta opción táctica es que queden reducidos a candidatos testimoniales, comentaristas de la lucha política real. La izquierda marxista no debe resignarse al papel de “partidos-museo”.

6. El PSOL definirá su posicionamiento táctico ante las elecciones presidenciales en una Conferencia Nacional. De acuerdo con la decisión del Congreso de 2021, ha presentado una plataforma de doce medidas de emergencia para su discusión con el PT y el PCdB, y ha alertado que discrepa con la indicación de Geraldo Alckmin como vicepresidente de Lula. El PSOL quiere ser útil a la lucha por un gobierno de izquierda. (Ver la plataforma)

Esta orientación obedece a una interpretación de la relación social de fuerzas en la sociedad. La táctica del Frente Único de Izquierda responde a la máxima prioridad: la necesidad de derrotar a Bolsonaro. Pero también considera que el espacio político mínimo para la presentación de una candidatura propia del PSOL en la primera vuelta, a diferencia de 2018, ha disminuido mucho. El PSOL también votó en su Congreso que no integrará ningún gobierno de izquierda con partidos de derecha, preservando la defensa de la independencia política de clase. Flexibilidad táctica y firmeza en los principios, un leninismo para el siglo XXI. Confianza en la clase trabajadora y mucha paciencia. Tenemos una cita con la revolución brasileña. Y ella llegará.

Valerio Arcary 

Militante de la corriente Resistencia/PSOL y columnista de Esquerda Online

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