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Hegel y la teoría de las relaciones internacionales

Aleksandr DuguinEl paradigma general del sistema hegeliano

Rastreemos la influencia de la filosofía de Hegel en la teoría de las Relaciones Internacionales. Se aprecia más claramente en el marxismo y el liberalismo, mientras que Hegel no tuvo gran influencia en el realismo. Consideremos este tema con más detalle.Hegel expresó sus puntos de vista sobre la política de forma más completa en la Filosofía del Derecho [1].

Estos puntos de vista se basan en el conjunto de su filosofía y son parte integrante de todo el sistema. Sin embargo, la teoría de lo político de Hegel está expuesta de una manera bastante original y, para revelar el bloque de sus ideas sobre la política internacional, es necesario describirla brevemente.

En primer lugar, conviene recordar el paradigma general del pensamiento de Hegel. Se basa en el principio triádico formulado por Fichte: tesis – antítesis – síntesis [2]. Fichte, a su vez, lo extrajo de la tradición neoplatónica. El propio Hegel no utilizó la expresión “tesis – antítesis – síntesis”, aunque la estructura de su dialéctica gira constantemente en torno a un esquema triádico similar.Según Hegel, en el principio de todo está la Idea-en-sí o Espíritu subjetivo. Ésta es la tesis principal. Después llega el momento de la negación. Así, el Espíritu se niega a sí mismo, se aliena y se convierte en Naturaleza. El Espíritu en este momento de negación deja de ser en-sí y se convierte en para-Otro. Pero la Naturaleza y la sustancia no son el primer comienzo. Es sólo un momento de negación. De ahí que sea negativa. Siendo negativa, apunta a aquello que niega, a la eliminación y al mismo tiempo a la ascensión y elevación (Aufhebung) de lo que es [3]. Esta tensión entre los dos momentos dialécticos actúa como el Espíritu que organiza y mueve la naturaleza. Se produce una “potenciación” de las capas del ser externo, desde lo físico-mecánico a lo químico y finalmente a lo orgánico. Este proceso de despliegue del espíritu es la mente. En el hombre, la mente determina la conciencia.

La vida orgánica combinada con la conciencia humana determinan el tercer momento: la negación de la negación o síntesis. En el hombre el Espíritu entra en su giro final, y se mueve hacia el punto en el que a través del hombre la Idea puede contemplarse a sí misma, y el Espíritu se convierte en Espíritu Absoluto, es decir, la Idea-para-sí.

Este es el cuadro general del sistema de Hegel. En la Filosofía del Derecho sólo considera al hombre y los momentos de su “potenciación”, la dialéctica del movimiento a través de los diversos estratos del espíritu que se revela a sí mismo.

La estructura del pensamiento de Hegel en la Filosofía del Derecho

Hegel comienza con el derecho abstracto, un enfoque puramente jurídico que establece la persona (en el sentido de la jurisprudencia), es decir, el individuo. El derecho consuetudinario regula las relaciones del individuo con otros individuos y con los objetos del mundo que le rodea. Así se postula el modelo cartesiano de la relación entre sujeto y objeto. El derecho, según Hegel, en esta etapa tiene su propia ontología y predetermina el funcionamiento de la “conciencia ordinaria”. El derecho como tal es pura banalidad, se ocupa de abstracciones. Constituye los mapas intuitivos del comportamiento cotidiano y de la experiencia diaria, pero su contenido filosófico es nulo. Así pues, las leyes preceden al Estado y a lo político como tales. Esto puede verse en los análisis de las sociedades arcaicas. Pero para Hegel es importante realizar este dominio ante todo en el plano de los conceptos. Las relaciones jurídicas son la abstracción básica que estructura las relaciones del hombre con el mundo que le rodea en el nivel de la experiencia inmediata. El derecho en un sentido puramente jurídico es el fondo de la existencia humana, su límite exterior.

Aquí Hegel opera con el derecho romano y con la tradición europea de interpretar el derecho en el espíritu de lo que Carl Schmitt llamaría más tarde “nomocracia” [4].El segundo nivel, donde surge por primera vez el sujeto autónomo, es decir, donde comienza el trabajo del espíritu, es, según Hegel, la moral (die Moralität). Aquí recurre a la razón práctica de Kant. Hegel explica la transición de la ley a la moral como la adquisición por parte del hombre del primer grado de autorreflexión, la conquista de la autonomía en relación con la estricta distribución de papeles y estatus en el ámbito lógico-jurídico anterior. El sujeto moral no coincide con una persona jurídica (física), es decir, es algo más que un individuo. El sistema de relaciones con otros individuos y objetos del mundo exterior se hace más complejo. Pero Hegel interpreta esa personalidad moral como un momento de salida de los vínculos sociales, rígidamente fijados en la ley, hacia la zona de la interioridad, es decir, la inmersión en uno mismo, en la autorreflexión. Se trata de un gesto en el espíritu del Diógenes cínico, el escéptico que se aparta de la sociedad en nombre de la contemplación personal.

Sólo en el siguiente, el tercer nivel, se entra en el ámbito de lo Político, donde comienza el trabajo en toda regla de lo que Hegel denomina “Espíritu” (Geist) y que es el núcleo de toda su enseñanza. Aquí Hegel sigue enteramente a Aristóteles. De ahí la elección del término: Hegel llama al tercer dominio “moralidad” (die Sittlichkeit), que corresponde al concepto aristotélico de ética (ἠθική, ἦθος). Los conceptos de “moral” y “ética”, que a menudo parecen sinónimos, están fundamentalmente divorciados por Hegel. Por lo general, en lo que sigue los hegelianos lo siguen de la misma manera. La moral es la inmersión del individuo en sí mismo, la primera capacidad de desligar su presencia de la abstracción puramente jurídica de sí mismo como persona. En la moral, por el contrario, el individuo entra en una forma de vida práctica activa que ya ha reflexionado y ganado subjetividad moral, pero esta vez resueltamente volcada a permitir que el espíritu superior se realice a través de la acción moral consciente. Este es el momento del nacimiento de la sociedad.

Pasamos al tercer nivel siguiendo los pasos de ley – moral – moralidad (sociedad).Aquí surge de nuevo la triple división. Todo el ámbito de la moralidad es dividido por Hegel en tres momentos: familia – sociedad civil – Estado. Se trata de una continuación exacta del pensamiento de Aristóteles sobre la ética y su desarrollo. Según Aristóteles, la política forma parte de la esfera de la ética, ya que en ella se decide la cuestión de lo correcto, es decir, la deontología.

El ser-en-la-familia y su negación en la sociedad civil

El primer momento de la realización humana del ser-en-la-familia. Aquí, por primera vez, el sujeto moral expresa su voluntad a través de la acción concreta, sacrificando el individuo a la familia como primera comunidad. Según Hegel, la familia es un fenómeno puramente espiritual. No hay prácticamente nada corpóreo en ella – es la concreción del ser moral (Sittlichkeit). En la familia el hombre se afirma primero plenamente como espíritu, como idea sustancial y concreta. La conciencia y la voluntad del sujeto se revelan en la familia.

La sociedad se compone de familias como entes orgánicos, donde cada individuo está en unidad moral con los demás miembros. Aquí no existen ni las relaciones puramente jurídicas (de individuo a individuo o de sujeto a objeto) ni el desapego del sujeto moral. El ser-en-la-familia es la auto-superación y la transición de la humanidad abstracta a la humanidad concreta.

Hegel considera el momento siguiente dialécticamente, como una salida de la familia al ámbito definido por la pluralidad ya existente de familias, que forma la sociedad civil (bürgerliche Gesellschaft). Aquí se produce una alienación del individuo de la totalidad orgánica de la familia, y en este sentido es negativa. La sociedad civil expone el organismo integral de la familia a la negación. Pero a diferencia del derecho, con el que todo comenzó, la sociedad civil se construye ya sobre la base del sujeto actuante concreto espiritual, manifestado en la familia. La sociedad civil en la interpretación de Hegel es un fenómeno negativo en el que el espíritu se retira de sus aparentes conquistas en la familia. Esto determina la actitud de Hegel frente a la Ilustración, que tomó la sociedad civil (es decir, el capitalismo – Bürger=burgués) como su principal punto de referencia. La sociedad civil es una negación, una caída visible del Espíritu, pero es necesaria para el siguiente giro dialéctico. Este giro es la superación de la sociedad civil en el Estado (der Staat).

El Estado como superación de la sociedad civil

La familia es la tesis, la sociedad civil es la antítesis. El estado (der Staat) es la síntesis.El estado (der Staat) es la expresión más perfecta del Espíritu. En el Estado, el miembro de la sociedad civil, que se ha realizado como sujeto moral de pleno derecho (desde el estadio de la familia), habiendo ganado autonomía social (convirtiéndose en ciudadano-en-sí), se supera a sí mismo mediante el servicio social gratuito. Al igual que en la familia el individuo sacrifica su ser-en-sí en aras del despliegue del espíritu, en el Estado el ciudadano se sacrifica a un nivel aún más elevado, superándose a sí mismo al servicio del conjunto. No sólo la familia, sino una forma sintética aún más elevada de la encarnación del espíritu.

En el estadio del Estado, la sociedad civil (bürgerliche Gesellschaft) se convierte en el pueblo (das Volk).Heidegger, comentando la Filosofía del Derecho, observa perspicazmente que el pueblo (das Volk) corresponde al Dasein, y el Estado (der Staat) es el Sein (en el sentido heideggeriano). – Staat als Seyn des Volkes [5].Según Hegel, el Estado (der Staat) es la cumbre de la moralidad (Sittlichkeit). Encarna el horizonte más elevado del despliegue del Espíritu. El Estado es puro Espíritu, por lo tanto es razonable y posee voluntad.

A su vez, la máxima concentración del Estado es el monarca. Hegel era un monárquico constitucional. En la figura del monarca, la dialéctica del espíritu alcanza su culminación. Todos los miembros del Estado sirven al monarca, y el monarca sirve a la Idea.

Por último, dentro de la fase del Espíritu correspondiente al Estado, Hegel también identifica tres momentos. De nuevo tesis – antítesis – síntesis.

El propio estado (der Staat) como organismo único aparece aquí como tesis, como unidad espiritual en la que alcanza su máximo despliegue posible. Pero el Estado no es el único. Es uno de varios. Crea un sistema de relaciones internacionales. Esto es de nuevo negación, negación. La presencia de otro estado limita la soberanía del primero. Así, el sistema de relaciones internacionales en la cadena de momentos de la revelación del espíritu es la expresión de lo negativo.

Este negativo (antítesis) es finalmente eliminado por la afirmación de la Idea universal, es decir, el Imperio filosófico (das Reich). En él la historia alcanza su fin. Y el espíritu, habiendo pasado por todas sus etapas, alcanza su revelación plena y absoluta. Si al principio era como Idea-en-sí, luego se convirtió por autoalienación en la naturaleza (antítesis) en Idea-para-otro, es en el Imperio mundial (das Reich) donde se convierte en Idea-para-sí. Pero la Idea (ἰδέα) es lo que se ve. Cuando no hay Otro que la Idea en sí, ésta no puede ser vista. El espíritu como tal es el proceso de despliegue de la Idea, cuando constituye al Otro, y entonces el Otro contempla la Idea. Pero este Otro no es un Otro total; es la Idea misma, sólo que expresada a través del Espíritu, que se convierte desde lo subjetivo primero en objetivo y luego en absoluto. El Imperio Mundial (das Reich) es la culminación de la historia como historia del Espíritu, es decir, algo final y absoluto.

Este es el cuadro general del sistema filosófico de Hegel.

Aplicación del modelo de Hegel a las ideologías políticas de la modernidad europea

A partir de una visión general del sistema de Hegel queda perfectamente claro cómo puede aplicarse a determinadas ideologías políticas, y sobre todo al comunismo y al liberalismo.

El hecho de que Marx construyera su sistema sobre la filosofía de Hegel es de dominio público y no requiere prueba alguna. La reconstrucción de la historia según Marx, aunque introduce el factor de las clases en la base del análisis, en general repite completamente el escenario de Hegel. Lo único es que en la teoría materialista y clasista de Marx, que excluye la primacía de la Idea-en-sí e inicia la construcción de su propio sistema a partir del segundo miembro de la cadena dialéctica -de la Naturaleza, de la antítesis-, el “fin de la historia” no es el Imperio Mundial (das Reich), sino una sociedad internacional sin clases: el comunismo.

Sin embargo, el comunismo de Marx también está precedido por una fase del capitalismo, que primero debe convertirse en un fenómeno mundial. En esto insistieron los marxistas europeos que negaron la revolución bolchevique en Rusia como ejemplo de auténtico marxismo, y más tarde los trotskistas que rompieron con Stalin y, al igual que los socialdemócratas europeos, condenaron a la URSS como una “perversión del marxismo”. Así, en el hegelianismo de izquierdas se asumió también una cierta analogía con el Imperio Mundial (das Reich), como el momento previo a la revolución proletaria mundial en la construcción del capitalismo global.

Así interpretaron a Hegel teóricos liberales como Kojève [6] y Fukuyama [7]. Rechazando, por supuesto, la revolución marxista y el enfoque de clase, creían que el “fin de la historia” se produciría mediante la unificación de la humanidad en un único sistema supranacional global. Esta sería la victoria completa del capitalismo y del internacionalismo burgués. Pero a diferencia de los marxistas, negaban las clases, creyendo que la clase media se extendería gradualmente a toda la humanidad y que la igualdad se lograría por medios evolutivos y no revolucionarios. Sin embargo, el globalismo planetario que los marxistas afirman antes de la revolución mundial, y que los liberales consideran el “fin de la historia”, corresponde precisamente a la sociedad civil de Hegel, que él veía como un momento dialéctico que precede a la aparición del Estado. De este modo, tanto liberales como marxistas se confunden y distorsionan cualitativamente con el sistema de Hegel, ya que ambos se niegan a reconocer en el Estado de Hegel una forma de Espíritu cualitativamente superior a la sociedad civil. Según Hegel, los individuos morales, enraizados en la familia y habiéndose dado cuenta del momento negativo de la alienación en una sociedad formada por muchas familias, deben superar voluntariamente (o más bien bajo la influencia del espíritu que actúa en ellos) esta fase y mediante la negación de la negación, es decir, mediante la negación (eliminación) de la sociedad civil, pasar a la monarquía constitucional. Los liberales permanecen en el nivel del segundo momento dialéctico, en la sociedad civil, superando la familia (de ahí la abolición gradual de la familia en el marxismo y el liberalismo), pero sin superar lo superado, es decir, el capitalismo y la democracia burguesa. Permanecen así en el ámbito anterior a la comprensión hegeliana del Estado como tal, es decir, como el momento de la ascensión del Espíritu. Y así, incluso cuando se orientan en el principio hegeliano del “fin de la historia”, saltan por encima del momento esencial más importante de todo el sistema hegeliano: el Estado [8]. Hegel insiste en que la monarquía no precede a la sociedad civil, sino que la sigue. Al menos la monarquía en cuestión en su sistema. La sociedad civil anula históricamente la monarquía de tipo antiguo, que Hegel, en su sistema del despliegue del Espíritu en el ámbito de lo moral, no menciona en absoluto. Pero precede a la monarquía filosófica, al estado del Espíritu.

De ahí que podamos concluir que tanto la interpretación liberal como la marxista de Hegel se desvían de su sistema en el campo del Estado y del derecho de forma muy significativa, y por tanto su interpretación del “fin de la historia” distorsiona gravemente el pensamiento de Hegel y no incluye en principio la ontología del Estado de Hegel. El propio Hegel deriva el significado del “fin de la historia” de esta ontología del Estado (der Staat) como momento del Espíritu ascendente. Si entendemos el “fin de la historia” como la internacionalización de la sociedad civil, incluyendo o no el criterio de clase del marxismo, cambiamos por completo toda la estructura de la filosofía de la historia de Hegel, sin llegar nunca al punto en el que se produce la síntesis de la esfera moral y se crea la monarquía filosófica (aún no un imperio mundial), el Estado del Espíritu.Mucho más cerca de Hegel se situaron hegelianos de derechas como Giovanni Gentile. Situaron la noción de Estado precisamente en un contexto hegeliano y vieron en él la eliminación de la sociedad civil. Un Estado así sería posburgués, poscapitalista.Por extraño que pueda parecer, los bolcheviques rusos estaban cerca de Hegel, quien primero anunció la posibilidad de una revolución proletaria en un solo país y luego, bajo Stalin, la construcción del socialismo también en un solo país. Del mismo modo, la teoría y la práctica de la creación de un Estado posburgués, en el que se superara la sociedad civil, surgieron en la izquierda. Si consideramos el sistema que se desarrolló bajo Stalin como una “monarquía” espontánea, entonces estaría en consonancia precisamente con la lógica hegeliana.¿Qué es el Estado de Hegel?

Esto es a lo que llegamos. En el sistema de Hegel, cuando se trata del Estado como culminación del despliegue moral del Espíritu, no se trata de cualquier Estado, sino de uno en el que la sociedad civil ha sido eliminada, superada. Es entre tales estados -las monarquías (constitucionales) posdemocráticas- entre los que se construye el sistema de relaciones internacionales.

En realidad, estas relaciones contienen el momento filosófico más importante. Por un lado, la presencia de otro estado debilita el grado de generalización filosófica que el Espíritu alcanza en cada estado individual. La presencia de otros estados subraya la insuficiencia y la no finalidad de dicha expresión. Por eso el sistema de relaciones internacionales es una negación. El Espíritu en la política internacional reconoce sus límites, es decir, su forma y su relatividad. Esta es la justificación filosófica de la guerra: es la obra del momento negativo.

Pero al mismo tiempo, la política internacional adquiere el significado filosófico más elevado, pues en ella se desarrolla el penúltimo acto, seguido de la consecución del “fin de la historia”, es decir, la finalización del Espíritu que se convierte en absoluto. Por lo tanto, no hay nada más profundo y significativo que los procesos que tienen lugar en las relaciones internacionales en esta etapa dialéctica. Las relaciones internacionales representan precisamente el momento del Espíritu, y es tan decisivo que se juega el destino de cómo y sobre la base de qué Estado se construirá el Imperio final del Espíritu (Reich).Aquí nos acercamos a la apoteosis del propio reino moral, a su cumbre. Toda la historia, según Hegel, es un movimiento hacia esta meta, hacia el Imperio Mundial (das Reich) del sentido, y las relaciones internacionales están próximas a ella. Este es el momento sobre el que el futuro proyecta su sombra más espesa (la adumbratio de Husserl).

Ejemplos de Estados cuasi hegelianos en el siglo XX

Hemos visto antes que ni una lectura comunista ni una liberal de Hegel pueden llevarnos a esta interpretación de las relaciones internacionales, ya que carecen de una teoría del Estado posdemocrático. Sin embargo, si prestamos atención al siglo XX, veremos que en la práctica de la política mundial nos enfrentamos esencialmente a formaciones de este tipo.

La URSS, en la versión de Stalin, era un “Imperio posburgués”. Los países del Eje, también posdemocráticos, estaban más cerca de la monarquía filosófica del propio Hegel en sus justificaciones teóricas, e incluso los regímenes liberales de Occidente -sobre todo Inglaterra y EE.UU.- no debilitaron su estatalidad, sino que -aunque bajo la presión de las circunstancias pragmáticas-, por el contrario, crearon sistemas políticos fuertes y centralizados. Si esta observación es válida, entonces podemos ofrecer una lectura hegeliana de las relaciones internacionales en el siglo XX. Los principales desarrollos en este campo adquirirían entonces una dimensión filosófica vívida y profunda. Se puede considerar como las tres ideologías políticas que se convirtieron en los ejes de los respectivos bloques: liberal, soviético y nacionalista. En vísperas de la resolución final del Espíritu en el Imperio Mundial (das Reich), las tres ideologías, apoyándose en sus Estados anfitriones, se enfrentaron entre sí en la batalla por el “fin de la historia”.

El siglo XX y el simulacro del Estado

A finales del siglo XX, era posible resumir este enfrentamiento de un siglo e interpretar las relaciones internacionales de la siguiente manera. En primer lugar, la alianza de la URSS (hegelianos de izquierdas) y el Imperio burgués (representado por los anglosajones, hegelianos convencionalmente liberales) derrotó a los países del Eje (el Tercer Reich de Hitler y la Italia fascista de Mussolini), es decir, a los hegelianos de derechas. Y luego, durante la Guerra Fría, ganaron finalmente los liberales, y es significativo que Fukuyama escriba su manifiesto liberal-hegeliano sobre el “fin de la historia” justo después de la caída del sistema socialista mundial. Esto coincide con el momento unipolar y, de hecho, en los años 90 del siglo XX, parece que el “Imperio Mundial” será un régimen liberal-democrático establecido en la superpotencia estadounidense más poderosa y sin rival y en sus satélites liberales de Europa y Asia.

Pero es aquí donde nos enfrentamos a la contradicción más grave. A primera vista, triunfó la lectura liberal de Hegel, presentada en sus rasgos principales con todo detalle en las obras de Kojève. Aquí también desempeñaron un papel importante los neoconservadores estadounidenses, que procedían de un entorno trotskista y, por tanto, estaban profundamente imbuidos del hegelianismo. En oposición a la línea estalinista del “imperio rojo”, que a sus ojos estaba demasiado estrechamente asociada al espíritu ruso y a la identidad rusa, en la que veían una traición al internacionalismo, los trotskistas estadounidenses se pusieron del lado de los globalistas liberales para ayudarles a completar la construcción de la sociedad capitalista burguesa a escala planetaria, para lograr la abolición total de las naciones, las razas, las religiones y todas las identidades locales, y crear así las condiciones previas para la realización de una revolución proletaria mundial estrictamente conforme a los preceptos de Marx, sin miedo a caer en la trampa del nacionalbolchevismo estalinista, que a sus ojos no era más que “una forma de nacionalsocialismo”. La revolución mundial se pospuso hasta la victoria completa del capitalismo mundial.

Pero aquí aparece una consideración esencial: al estar en el nivel de la sociedad civil y no haberse dado cuenta (a diferencia de los hegelianos de derechas, más fieles a Hegel y a su sistema) del significado filosófico del Estado como momento de expresión del Espíritu, los hegelianos liberales no podían corresponder plenamente al Imperio final y afirmar que el liberalismo mundial en forma de globalismo era la coronación del despliegue del Espíritu por sí mismo. Sobre todo porque las premisas espirituales del sistema hegeliano fueron formalmente negadas por el marxismo y no desempeñaron un gran papel para los liberales. Pero si hay un agujero negro en los orígenes del sistema, esto es a lo que tuvo que enfrentarse la civilización liberal en el momento de su triunfo supremo. Y no es casualidad que Alexander Kojève, un hegeliano liberal bastante consecuente, prestara tanta atención al tema de la muerte, la negatividad y la nada en Hegel [9]. Si se lee el sistema hegeliano a través de los ojos de un ateo (y Kojève dedicó su estudio fundamental al ateísmo [10]), el Imperio final del Espíritu (das Reich) se convertirá en un triunfo esporádico del nihilismo planetario.

Esto es exactamente lo que ocurrió en el cambio de época, y estuvo marcado por el primer golpe vívido del islamismo radical a Estados Unidos en el momento simbólico de la caída de las torres gemelas del World Trade Centre de Nueva York. Desde la perspectiva de la filosofía de las relaciones internacionales según el modelo hegeliano, el 11 de septiembre de 2001 fue el momento clave de todo el siglo XX. En lugar de un Imperio Mundial victorioso, el abismo de la nada comenzó a desplegarse ante la humanidad.

Por tanto, aquí era necesario traducir la línea e intentar repensar en términos hegelianos todo lo que había sucedido y lo que iba a suceder a partir de ahora de acuerdo con la lógica fundamental de Hegel.

Hegel y el mapa político del primer tercio del siglo XXI

Si aplicamos la interpretación auténticamente hegeliana de los momentos del despliegue del Espíritu a la situación del primer tercio del siglo XXI, obtenemos el siguiente cuadro. Los acontecimientos del siglo XX, a pesar de toda su relativa similitud con la formación de tres Estados filosóficos (es decir, ideológicos, basados en ideas) -el liberalismo, el estalinismo y el fascismo-, no fueron en realidad un auténtico momento de las relaciones internacionales como antítesis del Estado pleno y precursor de la síntesis, sino un mundo invertido (verkehrte Welt) situado no por encima de la sociedad civil, sino por debajo de ella. Estos tres campos no eran Estados hegelianos en el pleno sentido de la palabra, lo que significa que permanecían en el nivel de la sociedad civil, aunque distorsionados. De hecho, la propia victoria del liberalismo en forma de Estados Unidos y los anglosajones apuntaba a este hecho. No fue el Imperio el que ganó, sino un subestado de tipo burgués liberal-democrático (Not-Staat, aussere Staat o pre-estado, vor-Staat [11]). El globalismo no es el momento del triunfo de la Idea, descubierta en el momento final del despliegue del Espíritu, es la reelaboración de la Ilustración, que se enroscó demasiado apresuradamente en formas estatales. Es decir, no estamos en el momento de las relaciones internacionales hegelianas, que sigue lógicamente a la creación del Estado posdemocrático, sino antes, en el Estado que precede a la aparición de las monarquías filosóficas de pleno derecho.Relaciones internacionales que nunca antes habían existidoAquí es donde se revela toda la importancia de Hegel para la Teoría del Mundo Multipolar.En primer lugar, los Estados ideológicos del siglo XX, que luchan entre sí, deben reconocerse no como tres formas de la Idea, sino como simulacros, es decir, versiones distorsionadas que preceden al verdadero original. Son sombras del futuro (adumbraciones según Husserl) proyectadas por auténticas monarquías filosóficas en las que el Espíritu aún no se ha encarnado. La victoria del liberalismo en los años noventa no fue el acorde final de las relaciones internacionales, porque las sociedades civiles en verdaderas naciones aún no se han formado.

Una nación, según Hegel, surge cuando supera a la sociedad civil, es decir, al capitalismo. Pero ni la URSS ni los países centroeuropeos del Eje han superado realmente el capitalismo. Por lo tanto, la victoria de los liberales simplemente hizo universal el momento de la sociedad civil, es decir, el Estado pre-estatal, pre-filosófico-monárquico. Esto significa que no fue “el fin de la historia”, sino sólo una preparación de la humanidad para la siguiente fase: la fase de los estados reales.

El mundo multipolar está llamado a convertirse en tal transición hacia el siguiente momento del orden moral, cuando aparezca un hombre nuevo – un hombre del estado filosófico, que no abandone la familia, sino que, por el contrario, enraizado en su estructura ética, la extienda y exalte hacia arriba – en dirección a la monarquía filosófica. Los polos del mundo multipolar deberían ser precisamente tales monarquías filosóficas con confianza en el pueblo, formadas mediante la superación de la sociedad civil atomizada e inconexa. Por lo tanto, aún no hemos superado las relaciones internacionales propiamente dichas, como segundo momento dialéctico en el camino hacia el Imperio Mundial (Das Reich). Está por delante de nosotros.Además, aún no han surgido plenamente los Estados de pleno derecho en el sentido hegeliano. China y Rusia están hoy más cerca de crear una monarquía filosófica, y la India avanza en parte en esta dirección. Pero el momento clave será la necesaria mutación dialéctica de Occidente, cuando también allí, en lugar de un pseudoimperio liberal, surja un verdadero Estado, no un No-Estado liberal, como es hoy. Incluso un liberal hegeliano como Fukuyama se ha dado cuenta de ello, admitiendo que su versión del “fin de la historia” ha fracasado y proclamando una orientación hacia la “construcción del Estado” [12]. [12]. Pero para un liberal comprometido es difícil comprender el valor filosófico de superar la democracia y pasar a la organización vertical de la monarquía. Por lo tanto, el intento de crear realmente algo parecido al Estado hegeliano y al mismo tiempo preservar el liberalismo y la sociedad civil, aunque sea de forma modificada, encierra una contradicción irreductible. Los teóricos y, más aún, los practicantes de la verdadera construcción del Estado en Occidente siguen esperando su momento.Y sólo cuando el mundo multipolar esté más o menos construido, es decir, cuando surja en el mundo un cierto número de monarquías filosóficas postdemocráticas (constitucionales) de pleno derecho y de Estados jerárquicos antiliberales, construidos de acuerdo con los fundamentos del momento moral y bajo la influencia directa del Espíritu, anhelante de una autoexpresión plena y absoluta, pasaremos a la siguiente fase dialéctica, que por primera vez corresponde verdaderamente a lo que Hegel entendía por “relaciones internacionales”. Sólo desde esta posición de inmersión en el mundo multipolar podremos contemplar el futuro último en la perspectiva última y formarnos una idea preliminar de lo que será el verdadero Imperio final del Espíritu (das geistliche Reich), es decir, la Idea universal que ha alcanzado su expresión perfecta y, por tanto, el “fin de la historia”.

Influencia del sistema de Hegel en la política alemana

En la doctrina del Estado de Hegel, la clave es su relación dialéctica con la sociedad civil. Aquí merece la pena prestar atención a la época en la que Hegel escribía. La Revolución Francesa y la Ilustración contrastaron claramente la sociedad civil con las antiguas monarquías. El capitalismo y la ideología burguesa avanzaban activamente en todos los países europeos. En este periodo Hegel creó la Filosofía del Derecho, donde fundamentó el estatus metafísico y dialéctico del Estado. No habla simplemente del Estado, que incluiría a las antiguas monarquías europeas, sino de un nuevo Estado, que es un concepto filosófico. En esto converge con Platón. El verdadero Estado es sólo aquel Estado que es establecido y gobernado por filósofos. Hegel insiste en que tal estado filosófico sólo es posible después de la sociedad civil. Antes de la sociedad civil, el Estado es orgánico e inmanente; carece por completo de la autoconciencia necesaria para el ámbito de la moral. Y la propia sociedad civil sólo es capaz de establecer el estado externamente (aussere Staat [13]), como un “vigilante nocturno” cuyo destino terminará cuando la sociedad civil pueda prescindir de él (idea de Locke).Para llegar al estado filosófico, una sociedad civil racional y volitiva -moral en el sentido de Kant y ya moral, es decir, basada en la familia (todo lo cual está presente en el segundo momento de la dialéctica de lo moral de forma despojada)- debe resolver superarse a sí misma. No en el sentido de Hobbes bajo la influencia de las circunstancias (tal es el viejo estado), sino de buena voluntad – como indicador de madurez moral y perspicacia filosófica. El nuevo Estado debe ser un acto de abnegación de la burguesía liberal de sí misma, es decir, la superación del capitalismo, su eliminación. Y una vez abolida la sociedad civil en el Estado, ya no puede haber vuelta atrás. La burguesía entrega el poder al monarca filosófico, en quien se revela plenamente la idea moral.

Hegel escribió sus obras en vísperas del surgimiento del Imperio alemán sobre la base de Prusia bajo los Hohenzollern. En realidad, a diferencia del Imperio austrohúngaro de los Habsburgo, el Segundo Reich iba a convertirse en la expresión histórica del nuevo Estado de Hegel. Los hegelianos percibieron así la creación del Imperio alemán por Bismarck. Y el mérito de Hegel en la justificación metafísica, la pronunciación filosófica y filosófica de este Imperio fue reconocido en un primer momento por todos. El espíritu prusiano, minuciosamente diseccionado por Spengler [14], subrayaba precisamente esto: en el Imperio alemán el principio del servicio militar abolía el individualismo burgués.

En tal situación, las relaciones internacionales lo decidían todo, porque, según Hegel, tras su establecimiento, el Estado filosófico entró en el momento dialéctico que sigue a la formación del Estado: el sistema de relaciones internacionales. Así, la política internacional adquirió su contenido filosófico.

La Primera Guerra Mundial fue la culminación de la prueba de Alemania de su lugar en la dialéctica del Espíritu. El nuevo Estado, el Imperio alemán de Guillermo II de Hohenzollern, y el viejo Estado, el Imperio austrohúngaro de los Habsburgo (en el que la sociedad civil no sólo no fue eliminada, sino que floreció) se enfrentaron a la Entente liberal, a la que se unió el Imperio ruso preburgués por total incomprensión filosófica y contra toda lógica. El resultado es conocido.

Pero desde un punto de vista filosófico es importante lo siguiente: El Segundo Reich no se convirtió en un Estado filosófico en el pleno sentido de la palabra, y esto se puso de manifiesto cuando, tras la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, la sociedad alemana retrocedió hacia el liberalismo. La República de Weimar fue una sociedad civil típica en la que los restos del Segundo Reich se fueron disolviendo poco a poco. En consecuencia, esta sociedad civil no fue verdaderamente superada, y el Imperio alemán resultó ser un simulacro en comparación con el modelo de la forma hegeliana.

El segundo intento de establecer un Estado posburgués bajo Hitler también resultó ser un simulacro. El nacionalsocialismo -al menos el “nacionalsocialismo espiritual” al que se refería Heidegger- se conceptualizó en algunos círculos filosóficos como otro esfuerzo por convertir la sociedad civil (esta vez de la República de Weimar) en un pueblo y construir un Estado filosófico.

Una vez más, la política internacional fue un enfrentamiento entre el Tercer Reich, que pretendía ser un Estado filosófico, y el campo liberal al que se había alineado Stalin. Desde el punto de vista de la teoría marxista, la URSS era la expresión de una sociedad posburguesa -¡pero civil! – pero en la práctica el sistema estalinista se parecía más a un modelo de Estado ético, es decir, a una versión del hegelianismo, que eliminaba el capitalismo. Los filósofos gobernantes en la URSS fueron sustituidos por bolcheviques ideológicos. Esta característica ideocrática del régimen soviético fue perfectamente realizada por los eurasiáticos rusos [15]. De nuevo la alianza antinatural en las relaciones internacionales (burguesía y antiburguesía), y la derrota de Alemania.Alemania se hundió entonces en la sociedad civil y perdió toda subjetividad, para fundirse después en la Unión Europea y la globalización.¿Qué significa esto desde el punto de vista de Hegel? Sólo una cosa: ni el Segundo ni el Tercer Reich fueron Estados filosóficos. Pertenecían al Siglo de las Luces, que fueron incapaces de superar. Por muy lejos que llegaran en la superación de la sociedad civil, el capitalismo les impidió pasar realmente a la siguiente fase histórica del despliegue del Espíritu. No se trataba de nuevos Estados con una idea rectora, sino sólo de intentos fallidos de fundar tal Estado. Por lo tanto, el pensamiento de Hegel no se refiere a una descripción del pasado, sino a una visión del futuro. Occidente sigue sin tener un Estado en el sentido hegeliano, y la generalización del globalismo liberal y la abolición paralela de los Estados tradicionales en Europa no hacen sino subrayarlo.

En términos del sistema moral de Hegel, Occidente aún no ha creado lo que debería llamarse un “Estado”. Esto significa que las relaciones internacionales aún no han adquirido esa carga filosófica que sólo aparece cuando nos acercamos al “fin de la historia”, es decir, al Imperio Mundial del Espíritu (das geistliche Reich) y a la Idea universal.

Multipolaridad: la llegada del futuro

El mundo multipolar en su fase actual representa los primeros intentos sistémicos de superar la sociedad civil, que hoy se encarna en la extensión global del capitalismo y el liberalismo. Las tendencias antiliberales en los polos del mundo multipolar -en China, Rusia, el mundo islámico, etc. – son los principales signos del movimiento hacia el nuevo Estado, según Hegel. Se trata de un movimiento dialéctico hacia la eliminación del capitalismo. En China esto se acentúa más claramente, en Rusia menos. Algunos ideólogos islámicos lo entienden con bastante claridad. En otras palabras, estamos en el umbral de la emergencia de los Estados en su sentido hegeliano.

Mientras Occidente se identifique con la sociedad civil y permanezca completamente dentro del marco de la Ilustración y de la ideología liberal, no habrá necesidad de hablar del Estado en el sentido hegeliano. Por lo tanto, todos los intentos de Fukuyama de justificar una nueva “construcción del Estado” no se alejan mucho de las teorías de Locke o Voltaire sobre el papel de los gobernantes ilustrados que deben preparar a la sociedad para la democracia. Según Fukuyama, los regímenes políticos modernos de Occidente no han cumplido del todo esta función, por lo que es necesario un período preparatorio de gobierno oligárquico por parte de élites liberales minoritarias ilustradas. Pero todo ello sólo para una aplicación aún más eficaz de las normas de la sociedad civil a escala planetaria, no para superarla. Esto significa que un Estado hegeliano está descartado.

Pero al mismo tiempo, no se puede descartar que en respuesta al fortalecimiento de los polos antiliberales frente a los Estados no occidentales, en algún momento el propio Occidente se vuelva hacia el horizonte antiliberal. Hasta ahora, se trata de tendencias periféricas, compradas al instante por la dictadura del liberalismo. Esto significa que hasta ahora Occidente no se encuentra en el elemento de las relaciones internacionales en el sentido hegeliano, ya que ni siquiera ha alcanzado aún el nivel del Estado. Pero su urgencia va en aumento y los primeros reflejos son los brotes de corrientes de extrema derecha tanto en Europa como en Estados Unidos. En la periferia del mundo occidental, esto se manifiesta en el apoyo de Occidente a apoderados racistas como Ucrania o Israel. En principio, Israel, como fenómeno regional, es un modelo de lo que Occidente podría llegar a ser si emprendiera el camino de la superación de la sociedad civil en dirección a una cierta ideocracia antiliberal. Pero sigue sin ser un modelo para el futuro, sino más bien un atisbo de nacionalismo europeo e incluso de racismo, que Occidente permitió en Israel en virtud de la complicidad moral en el sufrimiento de los judíos durante la época nazi.

Pero este giro hacia el Estado en el sentido hegeliano requerirá que Occidente abandone por completo el liberalismo, que lo supere conscientemente. Y mientras esto no ocurra, Occidente como civilización permanecerá en la espiral anterior (en el nivel del Not-Staat), lo que en sí mismo puede conducir a su rápida degradación en comparación con la construcción estatal en toda regla de los otros polos.

Las relaciones internacionales y el Apocalipsis

Relacionemos ahora la lectura hegeliana del mundo multipolar con la forma en que la tradición cristiana describe la época inmediatamente adyacente al fin de los tiempos (es decir, el “fin de la historia” de Hegel).El fin real de la historia, que para Hegel es la culminación del ciclo de autodescubrimiento del Espíritu que se convierte en absoluto, es entendido por el cristianismo como la Segunda Venida de Cristo y el descenso de la Jerusalén Celestial a la tierra, descrita en el Apocalipsis de San Juan el Teólogo. Se trata del surgimiento de un nuevo cielo y una nueva tierra. Sólo así podrá alcanzarse la verdadera unidad plena de la humanidad, en el momento de la resurrección de los muertos y el Día del Juicio Final. El Imperio del Espíritu (das geistliche Reich) bien puede entenderse como el Reino de los Cielos (das himmliche Reich) o el Reino de Dios (das Gottesreich).

Puesto que Hegel ve en la política y en la historia el despliegue del Espíritu, tal correlación es bastante apropiada y aclara mejor el pensamiento y todo el sistema de Hegel, que era cristiano y ciertamente construyó su teoría sobre una base cristiana (aunque no siempre lo subrayara lo suficiente). Esta lectura es la que más se acercaría al propio Hegel, al otro lado de las interpretaciones secularistas, ateas y materialistas del hegelianismo de izquierdas y entre los liberales.

Si esto es así, las relaciones internacionales entre Estados inmediatamente anteriores al fenómeno de la Nueva Jerusalén también se situarían lógicamente en el contexto del Apocalipsis. Tal vez los Estados de Hegel corresponderían entonces a las imágenes de los ángeles que participan en el drama apocalíptico, así como a las figuras de las bestias del mar y de la tierra, que recuerdan claramente al Leviatán y al Behemoth del libro de Job. Es significativo que Hobbes eligiera al Leviatán como metáfora principal para describir su Estado. Carl Schmitt en sus textos geopolíticos identifica al Leviatán con el poder del mar (Sea Power), y a los Behemoths con el poder de la tierra (Land Power) [16]. Éstos, a su vez, se correlacionan con Gran Bretaña y Estados Unidos (Poder Marítimo, países de la OTAN, atlantismo) y Rusia (Poder Terrestre, Eurasia), es decir, con dos polos del mundo multipolar.

Si la correlación de algunas figuras del Apocalipsis con los Estados del mundo multipolar se basa en una tradición estable de la filosofía política y la geopolítica, debido a la dimensión espiritual de la teoría de Hegel, y porque para él la historia y su dialéctica son el despliegue de los momentos del Espíritu, podemos suponer que en la realidad apocalíptica no sólo la bestia del Mar y la bestia de la Tierra pueden representar estados, sino también otras figuras -sobre todo ángeles, que son descritos como ejércitos, ejércitos que libran batallas con los ejércitos opuestos de demonios bajo Satanás. Los ejércitos son una función del estado, y tanto las huestes celestiales como las fuerzas del infierno están también bastante correlacionadas con los estados, ya que el ejército es una de las características más llamativas del estado como tal.

En este caso podemos considerar los acontecimientos descritos en el Apocalipsis como un mapa simbólico de las relaciones internacionales en la última época inmediatamente anterior al “fin de la historia”, es decir, al fin de los tiempos.

Esta interpretación encaja bien con la teoría del propio Hegel, que no era ni ateo ni materialista, sino, por el contrario, cristiano. Pero aquí debemos señalar lo principal: los polos del mundo multipolar son Estados en el sentido hegeliano, es decir, entidades en las que la sociedad civil ha sido superada de forma fundamental e irreversible, es decir, el capitalismo, el sistema burgués y la ideología liberal. Sólo en el curso de la eliminación del liberalismo como negación de la negación de la negación tiene lugar la formación de los estados. Y esto indica que a pesar de todos los signos de proximidad del Apocalipsis, que son especialmente evidentes en la sociedad liberal occidental, a la humanidad le queda aún otro ciclo por recorrer, y en términos de significación y sentido, muy superior a todos los anteriores. Y el sistema de relaciones internacionales del mundo multipolar, por su proximidad al fin de la historia mundial, está dotado de un significado colosal desde el punto de vista de la historia del Espíritu. En realidad son imágenes apocalípticas de ángeles y demonios y apuntan simbólicamente a la participación directa y abierta de los espíritus (celestiales y subterráneos) en la culminación de la historia mundial.

De este modo, el mundo multipolar no aparece como una forma de existencia estable y sin problemas, sino como un momento extremadamente intenso de la historia mundial, dinámico, extremadamente significativo y decisivo con respecto a los significados históricos finales más profundos.

Notas[1] Гегель Г.Ф.В. Философия права. М.: Азбука,2023.[2] Фихте И.Г. Наукоучение. М.: Издательство «Логос»; Издательская группа «Прогресс», 2000.[3] Мартин Хайдеггер предлагал толковать aufheben у Гегеля через три смысла, отраженных в латинчких глаголах tollere, conservare, elevare.[4] Шмитт К. Политическая теология. М:. Канон-Пресс-Ц, 2000.[5] Heidegger M. Seminare: Hegel – Schelling. Frankfurt am Main: Vittorio Klostermann, 2011. S. 115.[6] Кожев А. Из Введения в прочтение Гегеля. Конец истории//Танатография Эроса, СПб:Мифрил, 1994.[7] Фукуяма Ф. Конец истории и последний человек. М.: ACT; Полиграфиздат, 2010.[8] Те государства, которые не превосходят гражданское общество, а пытаются служить ему, Гегель называет «государством нужды» (Not-Staat) или «внешним государством» (aussere Staat). Heidegger M. Seminare: Hegel – Schelling. S. 607.[9] Кожев А. В. Идея смерти в философии Гегеля. М.: Логос; Прогресс-Традиция, 1998.[10] Кожев А. В. Атеизм и другие работы. М.: Праксис, 2007.[11] Heidegger M. Seminare: Hegel – Schelling. S. 607.[12] Fukuyama F. State-Building: Governance and World Order in the 21st Century. NY: Cornell University Press, 2004.[13] Heidegger M. Seminare: Hegel – Schelling. S. 607.[14] Шпенглер О. Пруссачество и социализм. М.: Праксис, 2002.[15] Трубецкой Н.С. Наследие Чингисхана. М.: Аграф, 1999.[16] Шмитт К. Земля и море/Дугин А.Г. Основы геополитики. М.: Арктогея-Центр, 2000.

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