Ecología

COP15 de Biodiversidad y sistemas alimentarios: ¿fortalecer lo local o comer dinero?

Por Walter A. Pengue | 26/12/2022 |

Fuentes: Tierra viva

La Con­fe­ren­cia de las Na­cio­nes Uni­das so­bre Bio­di­ver­si­dad, reunida en Canadá, alcanzó un acuerdo de 30.000 millones de dólares para ampliar al 30% las áreas naturales protegidas. Sin embargo, la solución enfocada en la financiarización no avanza en un cambio socioproductivo y continúa marginando a pueblos originarios y comunidades campesinas en el cuidado de la vida y el alimento.

Es por mu­chos re­co­no­ci­do —apo­ya­do y tam­bién cues­tio­na­do— el he­cho que la Re­vo­lu­ción Ver­de en la agri­cul­tu­ra por un lado con­tri­bu­yó a au­men­tar la pro­duc­ti­vi­dad de al­gu­nos cul­ti­vos, pero por el otro, ge­ne­ró un con­jun­to de ex­ter­na­li­da­des (cos­tos so­cia­les y eco­ló­gi­cos), que aún se­gui­mos eva­luan­do. Por un lado, se ter­mi­na­ron con ham­bru­nas bru­ta­les (por lo me­nos has­ta aho­ra) que resguardaron las vi­das de mi­llo­nes de se­res hu­ma­nos. Pero a más de 77 años de con­ti­nuo ba­ta­llar, la FAO aún no ha po­di­do re­sol­ver el más cru­cial de los pro­ble­mas hu­ma­nos lue­go de la gue­rra: el ham­bre.

En las úl­ti­mas tres dé­ca­das he­mos asis­ti­do a una ace­le­ra­ción de los flu­jos glo­ba­les de mer­can­cías, es­pe­cial­men­te de ma­te­rias pri­mas ali­men­ti­cias, que de una for­ma con­tri­bu­ye­ron a re­sol­ver el ham­bre más ur­gen­te, pero poco o nada hi­cie­ron —y a ve­ces ope­ra­ron en for­ma ad­ver­sa— en de­tri­men­to de los sis­te­mas lo­ca­les de pro­duc­ción de ali­men­tos.

In­clu­so la de­man­da por nue­vas tie­rras para la sa­tis­fac­ción de los pedidos mun­dia­les con­tri­bu­yó sis­te­má­ti­ca­men­te a un cam­bio de uso de los sue­los, que de­ri­vó en el au­men­to de la de­fo­res­ta­ción, la desertificación y las mi­gra­cio­nes ma­si­vas e im­pul­só una vir­tual lí­nea roja so­bre la vida de cien­tos de mi­les de es­pe­cies.

In­creí­ble­men­te, la hu­ma­ni­dad pa­re­ce es­tar de es­pal­das a la bio­di­ver­si­dad y es mu­cha la gen­te que pien­sa que los ali­men­tos vie­nen en for­ma di­rec­ta del mer­ca­do o peor aún, del su­per­mer­ca­do.

Esta fal­ta de li­ga­zón con las ba­ses na­tu­ra­les de la vida y sus ser­vi­cios nos está po­nien­do en un ca­lle­jón sin sa­li­da, al me­nos como ci­vi­li­za­ción.  La aler­ta que la ONU pone tan­to de for­ma ex­ten­si­va como cien­tí­fi­ca pa­re­ce no ser es­cu­cha­da. O a ve­ces, ma­ni­pu­la­do. Y si con el cam­bio cli­má­ti­co, como bien in­di­can, va­mos ha­cia el in­fierno cli­má­ti­co; en tér­mi­nos de biodiversidad y su re­la­ción con la ali­men­ta­ción pue­do de­cir que avan­za­mos en for­ma ace­le­ra­da co­mién­do­nos lo poco que nos que­da del mun­do.

En las Amé­ri­cas, la Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (Ipbes, según su sigla en inglés) re­por­tó en su in­for­me de 2019 que la pér­di­da de biodiversidad es pro­du­ci­da por la pre­sión por el uso de los re­cur­sos bio­ló­gi­cos, la agri­cul­tu­ra, el cam­bio de uso del sue­lo, la ex­pan­sión urbana, la mi­ne­ra y otras ac­cio­nes vin­cu­la­das. En la ma­yo­ría de los ca­sos tie­nen di­rec­ta o in­di­rec­ta re­la­ción con las de­man­das hu­ma­nas, pa­sa­das y ac­tua­les.

La COP15 de Biodiversidad y los acuerdos sobre protección y financiamiento   

La Con­fe­ren­cia de las Na­cio­nes Uni­das so­bre Bio­di­ver­si­dad (COP15) del Con­ve­nio so­bre la Di­ver­si­dad Bio­ló­gi­ca (CDB) aca­ba de ter­mi­nar en la ciudad de Mon­treal, Ca­na­dá. La con­fe­ren­cia te­nía en­tre sus ob­je­ti­vos la adop­ción de un Mar­co Glo­bal de Bio­di­ver­si­dad pos­te­rior al que concluyó en 2020. El mar­co que proporciona una vi­sión es­tra­té­gi­ca y una hoja de ruta glo­bal para la con­ser­va­ción, pro­tec­ción, res­tau­ra­ción y ges­tión sos­te­ni­ble de la bio­di­ver­si­dad y los eco­sis­te­mas para la pró­xi­ma dé­ca­da.

La pre­si­den­cia de la COP15 —en ma­nos del ministro de Am­bien­te de Chi­na, Huang Run­qiu—  se plan­tea­ba como ob­je­ti­vo prin­ci­pal el adop­tar el mar­co mun­dial de la di­ver­si­dad bio­ló­gi­ca para la pró­xi­ma dé­ca­da (CBD 2022). El pri­mer bo­rra­dor del mar­co, pu­bli­ca­do en ju­lio de 2021, se ba­sa­ba en las lecciones apren­di­das del Plan Es­tra­té­gi­co para la Bio­di­ver­si­dad 2011-2020 y las Me­tas de Ai­chi para la Bio­di­ver­si­dad.

En las pre­mi­sas ge­ne­ra­les de la CO­P15 se po­nía el én­fa­sis en una ac­ción po­lí­ti­ca ur­gen­te a ni­vel mun­dial, re­gio­nal y na­cio­nal para trans­for­mar los modelos eco­nó­mi­cos, so­cia­les y fi­nan­cie­ros y para que las ten­den­cias que han exa­cer­ba­do la pér­di­da de bio­di­ver­si­dad se es­ta­bi­li­cen en 2030 y permitan la re­cu­pe­ra­ción de los eco­sis­te­mas na­tu­ra­les, con me­jo­ras ne­tas para 2050.

Cuan­do en Mon­treal, Huang Run­qiu gol­peó su mar­ti­llo en la se­sión ple­na­ria para in­di­car “el acuer­do está apro­ba­do”, se ce­rró un ci­clo de ne­go­cia­cio­nes en el que se ha­bían es­cu­cha­do, más fuer­te que otras, vo­ces que impulsan mi­ra­das y pers­pec­ti­vas dis­tin­tas con res­pec­to a las for­mas de protección de la bio­di­ver­si­dad mun­dial.

Ahora, el lla­ma­do Acuer­do de Kun­ming-Mon­treal (CBD 2022) será una hoja de ruta que apun­ta a pro­te­ger las tie­rras y los océa­nos y evi­tar la ex­tin­ción ma­si­va de es­pe­cies, emer­gen­tes de las pre­sio­nes hu­ma­nas so­bre la na­tu­ra­le­za. La idea que ex­po­ne es, por un lado, con­ser­var a la na­tu­ra­le­za y, por el otro, de­ri­var e in­ver­tir una in­gen­te can­ti­dad de fon­dos para ello.

El acuer­do es­ta­ble­ce pro­te­ger el 30 por ciento del pla­ne­ta para 2030 y pro­veer 30.000 mi­llo­nes de dó­la­res en ayu­da anual para los es­fuer­zos de con­ser­va­ción de los paí­ses en desa­rro­llo. La pro­pues­ta se plan­tea la crea­ción de áreas pro­te­gi­das en, al me­nos, el 30 por ciento de las tie­rras y las aguas del pla­ne­ta. Ac­tual­men­te, a nivel global, el 17 por ciento de las tie­rras y el 8 por ciento de los ma­res se en­cuen­tran pro­te­gi­dos

Este fue uno de los más co­no­ci­dos de los ob­je­ti­vos plan­tea­dos y ha sido presentado por quie­nes lo pro­mue­ven como el me­lli­zo en bio­di­ver­si­dad al objetivo de ca­len­ta­mien­to glo­bal 1,5 °C, plan­tea­do des­de la COP de Cambio Climático de Pa­rís en 2015.  

Se­gún el In­for­me “Pla­ne­ta Pro­te­gi­do 2020” del Cen­tro de Mo­ni­to­reo de la Con­ser­va­ción del Am­bien­te (PNU­MA-WCMC), el mun­do cuen­ta con 22,5 millones de km² de eco­sis­te­mas te­rres­tres y aguas con­ti­nen­ta­les y 28,1 millones de km² de aguas cos­te­ras y el océano den­tro de áreas pro­te­gi­das y con­ser­va­das.

Amé­ri­ca La­ti­na y el Ca­ri­be cuen­tan con más de la mi­tad de los paí­ses y te­rri­to­rios que cumplen con el objetivo planteado por la Con­ven­ción de Diversidad Bio­ló­gi­ca respecto de  alcanzar un 17 por ciento de su su­per­fi­cie te­rres­tre pro­te­gi­da. En ese sentido, Mar­ti­ni­ca, Gua­da­lu­pe, Ve­ne­zue­la y Guayana Fran­ce­sa se po­si­cio­nan como lí­de­res con más del 50 por ciento de su su­per­fi­cie te­rres­tre pro­te­gi­da. 

En tanto, Ecua­dor, Ni­ca­ra­gua, Gua­te­ma­la, Bra­sil, Cos­ta Rica, Co­lom­bia y Bolivia van des­de casi un 50 por ciento de su su­per­fi­cie pro­te­gi­da a un 20 por ciento, mientras que Cuba, El Sal­va­dor, Ar­gen­ti­na, Pa­ra­guay y Uru­guay registran menos del 10 por ciento. En los últimos lugares, Perú, Hon­du­ras, Chi­le, Pa­na­má y Mé­xi­co ron­dan el 15 por ciento. 

Por otro lado, Bra­sil, Mé­xi­co, Co­lom­bia, Ve­ne­zue­la, Chi­le y Ar­gen­ti­na son los paí­ses que cuen­tan con la ma­yor can­ti­dad de par­ques na­cio­na­les. Pero la convención, ade­más de pro­tec­ción, indica que las áreas de­ben ga­ran­ti­zar una bue­na co­nec­ti­vi­dad, una in­te­gra­ción ba­lan­cea­da de par­ches de pai­sa­jes que per­mi­tan el flu­jo de ma­te­rial bio­ló­gi­co y el co­rrec­to ba­lan­ce ge­né­ti­co y la ga­ran­tía de una es­ta­bi­li­dad fun­cio­nal de todo el eco­sis­te­ma.

Financiamiento para conservación o reconocimiento a pueblos indígenas y campesinos  

No se tra­ta so­la­men­te de con­ser­var es­pe­cies em­ble­má­ti­cas y en­dé­mi­cas que ac­túen como ban­de­ra, sino de eco­sis­te­mas en­te­ros. Y a ve­ces, ni si­quie­ra es su­fi­cien­te, al es­ti­lo que lo ha­cen las gran­des cor­po­ra­cio­nes am­bien­ta­les mun­dia­les: de­ter­mi­nan más de 36 hots­pots de con­ser­va­ción de la biodiversidad, que cap­tu­ran cada vez ma­yor can­ti­dad de fon­dos mun­dia­les, mien­tras la tie­rra en su con­jun­to se de­bi­li­ta cada día más.

Y ello re­la­cio­na­do, y aquí está el di­le­ma, con las co­mu­ni­da­des, sus en­tor­nos pro­duc­ti­vos y la es­ta­bi­li­dad so­cio­am­bien­tal. Lo mis­mo o más com­ple­jo aún, ra­di­ca en el res­pe­to por los pue­blos in­dí­ge­nas, el co­no­ci­mien­to cam­pe­sino in­dí­ge­na y la va­lo­ra­ción de los ser­vi­cios da­dos por la re­cu­pe­ra­ción de ser­vi­cios eco­sis­té­mi­cos, la bio­di­ver­si­dad y la ge­ne­ra­ción de re­cur­sos lo­ca­les pro­pios.

Y allí es don­de en­tra por otro lado, el di­ne­ro en las ac­tua­les COP.  Las ne­go­cia­cio­nes avan­za­ron en un mo­men­to y lue­go se fre­na­ron, para lue­go en­ca­mi­nar­se a una in­ten­sa dis­cu­sión por lo­grar más o me­nos apo­yo fi­nan­cie­ro. Los paí­ses ri­cos, por un lado. Los paí­ses po­bres por el otro. Los paí­ses afri­ca­nos en­con­tra­ban li­mi­ta­dos los re­cur­sos ofre­ci­dos. Y otros, li­de­ra­dos por Bra­sil, jun­to a de­ce­nas de otros paí­ses, usa­ban el ar­gu­men­to de la ex­plo­ta­ción de los re­cur­sos del sur global para pre­sio­nar por fon­dos que su­pe­ra­ran en diez ve­ces a los apor­ta­dos ac­tual­men­te. La cues­tión pa­re­cía más de nú­me­ros (30.000 o 100.000 mi­llo­nes), que de re­co­no­ci­mien­to re­le­van­te de los ser­vi­cios de la na­tu­ra­le­za. 

La Ar­gen­ti­na —uno de los paí­ses que, en el sur de Amé­ri­ca, más ha im­pul­sa­do el avan­ce de la agri­cul­tu­ra in­dus­trial en la re­gión, jun­to al Bra­sil, Pa­ra­guay, el orien­te de Bo­li­via y las cu­chi­llas uru­gua­yas— pidió un re­sar­ci­mien­to por “ser el pul­món ver­de del pla­ne­ta”. “Es ne­ce­sa­rio que se re­co­noz­can los ser­vi­cios eco­sis­té­mi­cos que brin­dan los eco­sis­te­mas de los paí­ses en desa­rro­llo, por­que sin nues­tros bos­ques, hu­me­da­les, gla­cia­res y ma­res, el mun­do no se­ría el mis­mo”, sostenía la posición llevada por la Argentina y agregaba: “Es hora de que los prin­ci­pa­les res­pon­sa­bles de esta cri­sis em­pie­cen a pa­gar la deu­da que tie­nen con nues­tro pla­ne­ta y con toda la hu­ma­ni­dad”. Mientras tanto, Argentina se está in­cen­dian­do hace un año en dis­tin­tas de sus eco­rre­gio­nes, pa­gan­do un ele­va­do cos­to por la per­mi­si­vi­dad de su mo­de­lo agrí­co­la in­dus­trial.

Agroecología o intensificación sostenible, otro debate sobre la financiarización de las soluciones 

El ob­je­ti­vo 10 del acuer­do de Montreal in­di­ca que se debe “ga­ran­ti­zar que las áreas de­di­ca­das a la agri­cul­tu­ra, la acui­cul­tu­ra, la pes­ca y la sil­vi­cul­tu­ra se ges­tio­nen de for­ma sos­te­ni­ble, en par­ti­cu­lar me­dian­te el uso sos­te­ni­ble de la bio­di­ver­si­dad, in­clu­so me­dian­te un au­men­to sus­tan­cial de la apli­ca­ción de prác­ti­cas res­pe­tuo­sas con la bio­di­ver­si­dad, como la in­ten­si­fi­ca­ción sos­te­ni­ble, la agroe­co­lo­gía y otros en­fo­ques in­no­va­do­res”. Y agrega que “con­tri­bu­yan a la re­si­lien­cia y la efi­cien­cia y pro­duc­ti­vi­dad a lar­go pla­zo de es­tos sis­te­mas de pro­duc­ción y la se­gu­ri­dad ali­men­ta­ria, con­ser­van­do y res­tau­ran­do la bio­di­ver­si­dad y man­te­nien­do las con­tri­bu­cio­nes de la na­tu­ra­le­za a las per­so­nas, in­clui­das las fun­cio­nes y ser­vi­cios de los eco­sis­te­mas”.

A pe­sar de la im­por­tan­cia del for­ta­le­ci­mien­to de ca­pa­ci­da­des y la re­le­van­cia del tra­ba­jo en la es­ca­la lo­cal, com­bi­na­cio­nes ya cues­tio­na­das en­tre la in­ten­si­fi­ca­ción sos­te­ni­ble u eco­ló­gi­ca y la agroe­co­lo­gía, pa­re­cen no lle­var­se en un todo de acuer­do.

En las prác­ti­cas lo­ca­les de pro­duc­ción y la agri­cul­tu­ra sos­te­ni­ble ba­sa­da en los prin­ci­pios de la agroe­co­lo­gía, pri­man mu­cho más la es­ta­bi­li­dad de la pro­duc­ción y del agroe­co­sis­te­ma que la pro­pia pro­duc­ti­vi­dad. La productividad este año pue­de ser muy alta y el año si­guien­te no dar­nos nada. Para la eco­no­mía glo­bal se re­suel­ve el pro­ble­ma con más di­ne­ro e intensificación, pero para la eco­no­mía cam­pe­si­na se en­fren­ta un di­le­ma de su­per­vi­ven­cia: aban­dono o mi­gra­ción.

La fi­nan­cia­ri­za­ción de la dis­cu­sión glo­bal so­bre la bio­di­ver­si­dad, pue­de ser un apor­te a la uti­li­za­ción de re­cur­sos, siem­pre que lo que se apo­ye fun­cio­ne en el plano lo­cal y bajo una pers­pec­ti­va in­te­gral. Y no sólo de de­man­das sec­to­ria­les por la cap­tu­ra de fon­dos y su orien­ta­ción, ha­cia fi­nes a ve­ces – qui­zás ya mu­chas ve­ces – ma­ni­pu­la­das por el Nor­te Glo­bal o los nue­vos ac­to­res mun­dia­les.

La fi­nan­cia­ri­za­ción de la bio­di­ver­si­dad con­lle­va a otros ries­gos que emer­gen de cues­tio­na­mien­tos des­de al­gu­nas vo­ces en el sur glo­bal. Por un lado, la preo­cu­pa­ción ge­nui­na por la reorien­ta­ción tan­to de pro­ce­sos pro­duc­ti­vos como de la pro­pia agen­da de desa­rro­llo, una im­po­si­ción cul­tu­ral dis­cu­ti­ble y has­ta un co­lo­nia­lis­mo ideo­ló­gi­co, cues­tio­na­do por gru­pos va­rio­pin­tos que van des­de ONGs, agru­pa­cio­nes cam­pe­si­nas e in­dí­ge­nas has­ta cien­tí­fi­cos re­le­van­tes en el sur glo­bal.

La cri­sis del Covid 19, las ca­tás­tro­fes cli­má­ti­cas y am­bien­ta­les, nos han en­se­ña­do al­gu­nas co­sas so­bre el pa­pel que tie­ne el di­ne­ro. Qui­zás pu­dié­ra­mos re­fle­xio­nar so­bre la im­por­tan­cia de pre­pa­rar­nos a ni­vel lo­cal para en­fren­tar las nue­vas cri­sis. Y aquí o des­de aquí, po­si­cio­nar­nos para una re­va­lo­ri­za­ción in­te­gral de la bio­di­ver­si­dad y los ser­vi­cios eco­sis­té­mi­cos re­la­cio­na­dos es­pe­cial­men­te con los sis­te­mas ali­men­ta­rios.

La in­fluen­cia es ya mu­tua. So­cie­dad y Na­tu­ra­le­za. Y lo que con­cier­ne a la ali­men­ta­ción, el cam­bio de uso del sue­lo y la in­ten­si­fi­ca­ción de la pro­duc­ción agro­pe­cua­ria y sus im­pac­tos está ya fuer­te­men­te de­mos­tra­do. Y cla­ra­men­te debe cam­biar, la pre­gun­ta si­gue sien­do aún hoy el cómo. Y po­si­ble­men­te allí, la lla­ma­da in­ten­si­fi­ca­ción sus­ten­ta­ble de la agri­cul­tu­ra no sea su­fi­cien­te.

A 30 años del Con­ve­nio so­bre la Di­ver­si­dad Bio­ló­gi­ca, las cumbres siguen sin rumbo 

La pro­pues­ta que se aca­ba de ce­rrar en Montreal, el “ob­je­ti­vo 30-30”, pa­re­ce ser un avan­ce para algunos, mientras que para otros ha que­da­do cor­to. Entre éstos últimos, lo con­si­de­ran un mal acuer­do, más ries­go­so aún, que el he­cho de que no haya ha­bi­do acuer­do. Una preo­cu­pa­ción ge­nui­na y si­mi­lar a lo plan­tea­do en la CO­P27 de Cam­bio Cli­má­ti­co, tam­bién fi­na­li­za­da hace poco más de un mes en Egip­to.

Tam­bién pa­re­ce un in­tere­san­te re­vi­val de otros mo­men­tos vi­vi­dos. “Con­ser­va­cio­nis­mo” versus “Desa­rro­llis­mo”. “Res­tau­ra­ción eco­ló­gi­ca” versus “Es­ta­bi­li­dad so­cio­am­bien­tal”.  “Eco­lo­gía Pro­fun­da” versus “Eco­lo­gía Po­lí­ti­ca”. Pues bueno, la dan­za de la for­tu­na para ver a quie­nes to­ca­ran más fon­dos está em­pe­zan­do a fun­cio­nar.

Trein­ta años atrás, el 5 de ju­nio de 1992, la co­mu­ni­dad in­ter­na­cio­nal apro­ba­ba el Con­ve­nio so­bre la Di­ver­si­dad Bio­ló­gi­ca (CDB por sus si­glas en in­glés) en Río de Ja­nei­ro du­ran­te la Con­fe­ren­cia de las Na­cio­nes Uni­das so­bre el Me­dio Am­bien­te y Desa­rro­llo, co­no­ci­da como “Cum­bre de la Tie­rra”.

En aque­llos tiem­pos, la preo­cu­pa­ción por un am­bien­te sano y con­di­cio­nes ade­cua­das para la vida hu­ma­na com­ple­ji­za­ban la dis­cu­sión am­bien­tal y el an­da­ri­vel que lle­va­ba ade­lan­te la hu­ma­ni­dad. En esos mo­men­tos, des­de Amé­ri­ca La­ti­na, se le­van­ta­ban vo­ces que em­pu­ja­ban por un cam­bio in­ten­so en la ma­triz pro­duc­ti­va glo­bal y re­gio­nal sobre la ne­ce­sa­ria trans­for­ma­ción.

No sólo se ha­bla­ba de ajus­tes, tran­si­ción o de más di­ne­ro. He ha­bla­do so­bre esto y so­bre el ries­go de ir de cum­bre en cum­bre sin rum­bear cla­ra­men­te ha­cia nin­gún lado. Es no­ta­ble y preo­cu­pan­te, que lo aler­ta­do y pro­pues­to hace tres dé­ca­das, aún no haya sido su­pe­ra­do sino vi­li­pen­dia­do. Tris­te al me­nos, si no fue­ra por el ries­go en el que nos me­ten a to­dos y la fal­ta de pers­pec­ti­va por una trans­for­ma­ción ra­di­cal del sis­te­ma so­cio­pro­duc­ti­vo mun­dial.

Algo en esta nue­va COP de la Bio­di­ver­si­dad, al me­nos en los pa­pe­les y el es­fuer­zo de al­gu­nos, in­ten­tó acer­car­se un poco, a algo del pen­sa­mien­to com­ple­jo. Un ejem­plo fue que el mar­co del encuentro en Montreal es­tu­vo ela­bo­ra­do en torno a la teo­ría del cam­bio “que re­co­no­ce que se re­quie­ren me­di­das nor­ma­ti­vas ur­gen­tes a ni­vel mun­dial, re­gio­nal y na­cio­nal para lo­grar el desa­rro­llo sos­te­ni­ble, a fin de re­du­cir y/​o in­ver­tir los efec­tos de los cam­bios in­de­sea­dos que han exa­cer­ba­do la pér­di­da de di­ver­si­dad bio­ló­gi­ca, con mi­ras a per­mi­tir la re­cu­pe­ra­ción de to­dos los eco­sis­te­mas y ha­cer reali­dad la vi­sión del Con­ve­nio (CBD) de vi­vir en ar­mo­nía con la na­tu­ra­le­za an­tes de 2050”.

En los te­mas ali­men­ta­rios, los sub­si­dios a la agri­cul­tu­ra en los paí­ses desa­rro­lla­dos es­tán ha­cien­do es­tra­gos hace dé­ca­das. Por un lado, la vie­ja Eu­ro­pa vuel­ve con sus Po­lí­ti­cas (an­tes las PAC) de pro­mo­ver apo­yos es­pe­cí­fi­cos a sus pro­duc­to­res y man­te­ner tran­qui­los a sus con­su­mi­do­res. El pro­gra­ma “de la gran­ja a la mesa” (o “farm to fork”), si­gue sub­si­dian­do mu­cho de lo que in­di­ca o pro­me­te que se de­be­ría aban­do­nar.  

El ac­tual Acuer­do fir­ma­do en Mon­treal, en su meta 18, hace una crí­ti­ca ve­la­da a es­tos pro­ce­sos. Dice que para 2025 se­ría ne­ce­sa­rio “eli­mi­nar gra­dual­men­te o re­for­mar los in­cen­ti­vos, in­clui­das las sub­ven­cio­nes per­ju­di­cia­les para la di­ver­si­dad bio­ló­gi­ca, de ma­ne­ra pro­por­cio­na­da, jus­ta, efec­ti­va y equi­ta­ti­va, re­du­cién­do­las sus­tan­cial y pro­gre­si­va­men­te en, al me­nos, 500.000 mi­llo­nes de dó­la­res de los Es­ta­dos Uni­dos al año para 2030, em­pe­zan­do por los in­cen­ti­vos más per­ju­di­cia­les e in­ten­si­fi­car los in­cen­ti­vos po­si­ti­vos para la con­ser­va­ción y la uti­li­za­ción sos­te­ni­ble de la di­ver­si­dad bio­ló­gi­ca.”.

La cues­tión de los sub­si­dios a la agri­cul­tu­ra in­dus­trial y el pa­sa­ma­nos en que se han con­ver­ti­do des­de los Es­ta­dos a las cor­po­ra­cio­nes, cla­ra­men­te de­be­rían re­gu­lar­se o cam­biar­se. Di­rec­ta­men­te, eli­mi­nar­se.  Lo li­viano de es­tos acuer­dos, pue­den fi­na­li­zar en cues­tio­nes aún más com­pli­ca­das que las que se quie­ren en­fren­tar o so­lu­cio­nar. Mien­tras los paí­ses ri­cos sub­si­dian a una agri­cul­tu­ra que está muer­ta, los paí­ses po­bres y pro­duc­to­res de ali­men­tos, in­ten­si­fi­can la pro­duc­ción por to­dos los me­dios y sí, uti­li­zan un sub­si­dio tam­bién: la ex­plo­ta­ción de la na­tu­ra­le­za. 

La si­tua­ción es com­ple­ja. Y es di­fí­cil di­ri­mir va­lo­res con en­fo­ques mo­no­cri­te­ria­les.  El del di­ne­ro. Los aná­li­sis mul­ti­cri­te­rial y mul­ti­di­men­sio­nal po­drían apor­tar a la re­fle­xión y la ne­ce­si­dad de una in­te­gra­ción aún ma­yor de cues­tio­nes de va­lo­ra­ción de la na­tu­ra­le­za y sus ser­vi­cios eco­sis­té­mi­cos.

Un buen tra­ba­jo so­bre los Múl­ti­ples Va­lo­res de la Na­tu­ra­le­za del Ipbes así lo ha mos­tra­do re­cien­te­men­te. Lo ries­go­so por el otro lado es que, a ve­ces, los es­fuer­zos de años de cien­tí­fi­cos e in­ves­ti­ga­do­res (tra­ba­jan­do cien­tos de ho­ras ad ho­no­rem), ter­mi­nan sien­do par­cial o po­bre­men­te es­cu­cha­dos en las cum­bres mun­dia­les don­de pa­re­ce pri­mar más só­li­da­men­te el len­gua­je del di­ne­ro. La pa­la­bra cla­ve tan­to en la CO­P27 (Egip­to, Cli­ma) y la CO­P15 (Ca­na­dá, Bio­di­ver­si­dad) pa­re­ció ser la de fi­nan­cia­ri­za­ción.

En una re­cien­te en­tre­vis­ta al escritor Ar­tu­ro Pé­rez-Re­ver­te, au­tor de la novela Re­vo­lu­ción, re­sal­ta­ba que el mun­do oc­ci­den­tal está per­dien­do las ba­ses cul­tu­ra­les de las cua­les pro­vie­ne. La im­po­si­ción cul­tu­ral de al­gu­nas for­mas me­diá­ti­cas de hoy día con­fun­den hu­ma­ni­ta­ris­mo con hu­ma­nis­mo. Nos ale­jan de las ba­ses so­cia­les por las que el mun­do avan­zó has­ta hace poco tiem­po. Di­la­pi­dar to­dos esos es­fuer­zos y sen­tar­nos sólo a re­cla­mar me­ra­men­te por lo cre­ma­tís­ti­co será pe­li­gro­so y has­ta de­fi­ni­ti­vo.

La cien­cia am­bien­tal ha ve­ni­do pro­du­cien­do in­tere­san­tes y úti­les do­cu­men­tos que aler­tan, tal como lo hace la cien­cia cli­má­ti­ca so­bre los bru­ta­les efec­tos y los im­pac­tos desas­tro­sos so­bre la so­cie­dad y el am­bien­te. Qui­zás, hu­mil­de­men­te lo pien­so, el error sub­ya­ce en con­si­de­rar que, dan­do da­tos, nú­me­ros y lí­mi­tes a este desa­rro­llo en­fer­mo, po­dría­mos po­ner luz so­bre el ca­mino que de­be­ría­mos se­guir y así lle­var­nos a una trans­for­ma­ción sus­tan­ti­va.

Qui­zás esto no haya sido su­fi­cien­te. O po­bre­men­te com­pren­di­do. O peor aún, en­ten­di­do, pero con in­for­ma­cio­nes que, por lo apa­bu­llan­tes, quie­ran ser ne­ga­das. O sus da­tos, apro­ve­cha­dos sólo par­cial­men­te en un sen­ti­do u otro. Los mi­les de mi­llo­nes de dó­la­res que apun­tan a la fi­nan­cia­ri­za­ción y son pro­mo­vi­dos por la ban­ca in­ter­na­cio­nal, la coope­ra­ción glo­bal, las ONGs in­ter­na­cio­na­les y los gru­pos cor­po­ra­ti­vos, se mues­tran como una za­naho­ria para una trans­for­ma­ción im­pro­ce­den­te.

Son va­rios los gru­pos que han de­nun­cia­do un pro­ce­so de co­lo­ni­za­ción de la con­ser­va­ción (Sur­vi­val In­ter­na­tio­nal 2022) que con­si­de­ra cues­tio­nes poco sus­tan­ti­vas en de­tri­men­to de so­lu­cio­nes in­te­gra­les que no solo se fo­ca­li­zan en el di­ne­ro, sino en el re­co­no­ci­mien­to de los te­rri­to­rios, el desa­rro­llo en­dó­geno y la re­le­van­cia que tie­nen los pue­blos ori­gi­na­rios, el co­no­ci­mien­to lo­cal y las po­bla­cio­nes cam­pe­si­nas que pro­te­gen, con­vi­ven, se nu­tren y nos nu­tren con los pro­duc­tos de la bio­di­ver­si­dad de for­ma sos­te­ni­ble.

La es­ca­sa con­si­de­ra­ción que nos en­fren­tan a un cam­bio am­bien­tal glo­bal im­pa­ra­ble preo­cu­pa, al me­nos a al­gu­nos, so­bre las for­mas en que se plan­tea­rán es­tos pro­ce­sos de con­ser­va­ción y de asig­na­ción de fon­dos. De he­cho, cla­ra­men­te, cómo en­fren­tar esta cri­sis mun­dial, que ten­sio­na par­ti­cu­lar­men­te a la pro­duc­ción de ali­men­tos y lo que lle­ga al pla­to de po­bres y ri­cos.

Y en­ten­dien­do que si, a pe­sar de lo in­ver­ti­do, se si­gue des­tru­yen­do “la otra par­te de la na­tu­ra­le­za” –la que no será pro­te­gi­da, la que no re­ci­bi­rá fon­dos o apo­yo es­pe­cial­men­te vin­cu­la­da a la ges­tión sos­te­ni­ble de agroe­co­sis­te­mas sen­si­bles– la ecua­ción no po­drá ce­rrar­se y los ob­je­ti­vos plan­tea­dos no se­rán al­can­za­dos. El am­bien­te no se lo­gra­rá ges­tio­nar ade­cua­da­men­te tan­to para la ge­ne­ra­ción ac­tual como las fu­tu­ras y la hu­ma­ni­dad des­cu­bri­rá – qui­zás un poco tar­día­men­te – que no se pue­de co­mer el di­ne­ro. 

Walter A. Pengue. In­ge­nie­ro Agró­no­mo con for­ma­ción en Ge­né­ti­ca Ve­ge­tal. Es Más­ter en Po­lí­ti­cas Am­bien­ta­les y Te­rri­to­ria­les de la Uni­ver­si­dad de Bue­nos Ai­res. Doc­tor en Agroe­co­lo­gía por la Uni­ver­si­dad de Cór­do­ba, Es­pa­ña. Es Di­rec­tor del Gru­po de Eco­lo­gía del Pai­sa­je y Me­dio Am­bien­te de la Uni­ver­si­dad de Bue­nos Ai­res (GE­PA­MA). Pro­fe­sor Ti­tu­lar de Eco­no­mía Eco­ló­gi­ca, Uni­ver­si­dad Na­cio­nal de Ge­ne­ral Sar­mien­to. Es Miem­bro del Gru­po Eje­cu­ti­vo del TEEB Agri­cul­tu­re and Food de las Na­cio­nes Uni­das y miem­bro Cien­tí­fi­co del Re­por­te VI del IPCC.

Fuente: https://agenciatierraviva.com.ar/cop15-de-biodiversidad-y-sistemas-alimentarios-fortalecer-lo-local-o-comer-dinero/

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