Opinión y análisis

Identidad y futuro de la civilización occidental

Dr. Hamid Parsania

El secularismo, con su abandono y negación de lo sagrado, es la noción más importante para referirse a la identidad de la nueva cultura y civilización de Occidente. Si bien en tiempos pasados el fenómeno de la secularización estuvo siempre presente, fue el enfoque espiritual y sagrado de la realidad el dominante y ascendente, tanto en la cultura general de la sociedad como en los centros de educación y enseñanza superior.

Es por ello que en aquellos tiempos las tendencias y corrientes seculares trataban de permanecer ocultas tras la cobertura de lo que parecían ser interpretaciones sagradas y espirituales de la realidad. Sin embargo, con el paso del tiempo, la secularización prosiguió su marcha y, en última instancia, la mera acumulación de tendencias secularistas permitió que el Occidente moderno adoptara un comportamiento teórico y filosófico en forma de ideología dominante, el secularismo, que tenía el mandato de desmitificar el mundo e introdujo nuevas formas de pensamiento en el tejido de la existencia humana.

En el mundo moderno, el intelecto, que antes, como locus del Espíritu Santo y de la efusión divina, iluminaba el sentido mismo del mundo y del hombre, quedó reducido inicialmente al ámbito del conocimiento discursivo y conceptual, después a construcciones mentales subjetivas y, por último, a fenómenos culturales e históricos intersubjetivos. El empirismo y el materialismo, que es una especie de “realismo” mundano, se convirtieron en las corrientes intelectuales dominantes de este valiente nuevo mundo.

Fueron filósofos como Descartes, Bacon, Hume, Kant, Nietzsche, Foucault y teóricos como Hegel, Feuerbach y Marx los que modelaron y dieron forma a este mundo. El resultado de estos desarrollos fue el predominio de la racionalidad instrumental. Aunque este tipo de racionalidad pasó a llamarse ciencia, literalmente “conocimiento”, su directriz primordial tanto en las ciencias naturales como en las humanidades no es otra que la explotación de la naturaleza y la dominación de los seres humanos.

Es cierto que algunos, como Max Weber, han hecho mención de otro tipo de “racionalidad”, centrada en valores, ideales y verdades sagradas y trascendentales. Weber, en particular, creía que este tipo de racionalidad existía en otras culturas y civilizaciones, pero admitió sin reparos que no hay rastro de ella en la sociedad occidental contemporánea.

La civilización occidental, en consonancia con su enfoque secular y mundano de la realidad y con los fundamentos epistémicos de su identidad, ha creado instituciones académicas, científicas, económicas y políticas que se han introducido en distintas regiones del mundo de forma que, o bien marginan a las culturas y civilizaciones allí existentes, o bien las subsumen bajo su visión global del mundo.

En la actualidad, Occidente no es una cultura específica de una región geográfica, sino una cultura dominante y global; cualquier dicotomía o pluralidad política y socioeconómica global existente -como las divisiones en los bloques políticos de Oriente y Occidente que tuvieron lugar durante el siglo XX, o la agrupación socioeconómica de las naciones en el Norte Global y el Sur Global- son todas divisiones que se producen dentro del propio contexto de esta cultura y civilización global única que todo lo impregna, según sus necesidades y contradicciones internas. Por esta razón, los problemas de esta civilización y sus daños son problemas y daños globales; y buscar soluciones a estos problemas, o resolverlos, equivale a abordar e intentar resolver el predicamento humano contemporáneo.

Podría decirse que el rasgo más significativo de la civilización occidental contemporánea se deriva de la constatación de que, mientras sus dimensiones civilizacionales, junto con sus correspondientes necesidades y requisitos, se han expandido globalmente hasta niveles históricamente inauditos, se ha vuelto más vulnerable en sus dimensiones epistémica y espiritual. Así, mientras la civilización occidental siente más que nunca la necesidad de sentido, carece del discurso y los métodos que podrían hacer posible su adquisición; porque mientras se beneficia de una racionalidad instrumental como nunca antes, es incapaz de discernir valores y cualidades que puedan explicar el sentido y el propósito de la vida. En un ethos así, según Max Weber, no hay más alternativa que “seguir a tu demonio”.

La civilización occidental ha fijado su identidad en torno al eje de una existencia terrenal y de este mundo. Cuando se trata de la presencia de lo sagrado en la topografía mayor de la existencia y de su relación con ella, si no niega rotundamente su existencia, en el mejor de los casos finge una actitud de ignorancia hacia ello.

Lo sagrado no es algo que pueda situarse dentro de la amplitud y anchura del reino terrenal y de una vida mundana de este mundo. Lo sagrado, por principio, pertenece a la existencia no limitada, ya que, en primer lugar, la unicidad es esencial para su realidad, es decir, no puede ser más que uno; en segundo lugar, se sabe que las existencias múltiples y limitadas no son más que sus signos, manifestaciones y efusiones. En otras palabras, la presencia o ausencia de lo sagrado influye en cualquier interpretación y designación de la identidad y realidad de los múltiples niveles del ser y sus correspondientes mundos. Por esta razón, la ignorancia de lo sagrado y trascendental conduce a la ignorancia del significado y la realidad de las muchas y múltiples realidades que están presentes en la vida de este mundo.

El descuido de lo sagrado por parte de la cultura occidental y la ausencia de lo sagrado de la materia de cognición y conocimiento en esta civilización no equivale a otra cosa que al descuido de la realidad y a una alienación de la verdad, algo que es la marca de esta civilización y de las instituciones que la componen. Que la intensidad de esta alienación y negligencia se debe a la falta de verdadera intelectualidad es algo que hoy más pensadores que nunca están dispuestos a admitir.

La salida de este atolladero consiste en superar las dificultades que los pensadores y filósofos de esta cultura moderna han ido creando gradualmente a lo largo de los últimos siglos. La interacción creativa y activa con el patrimonio espiritual y sagrado de la humanidad puede ayudar al hombre contemporáneo y a la civilización y cultura humanas actuales a superar estas dificultades.

El Imam Jomeini, en su carta a Mijaíl Gorbachov, señaló una parte del patrimonio intelectual de la cultura islámica mediante la cual puede tener lugar esta interacción. Hablaba de las potencialidades de la filosofía avicena y de su capacidad para superar las limitaciones del positivismo, y de las innovaciones de la filosofía iluminacionista de Suhrawardī, que podían hacer frente al enfoque moderno que reduce la intelección humana al ámbito del conocimiento conceptual y sienta las bases para subjetivizarla o eliminar sus dimensiones trascendentales y sagradas.

En esa carta histórica, el Imam pedía que la élite intelectual de la sociedad rusa viajara al extranjero con el propósito de interactuar creativa y activamente con el patrimonio místico del mundo islámico, para que fueran capaces de ver la multiplicidad terrestre del mundo moderno a la luz de la unicidad divina del reino sagrado, como no es otra cosa que el mensaje perenne de todas las religiones monoteístas.

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