Mundo

De la Verdad como revelación perenne, o el campo de batalla de la mente

Santiago Mondejar Flores

Ad astra — hacia las estrellas — el alma pugna,

invocada por un anhelo inquieto.

¡Oh camino de Verdad y Belleza que elijo —

memorias de Dios que impregnan el alma!

Frithjof Schuon

Irónicamente, gracias a pensadores ilustres como Kant y Hume, protagonistas de la recusación del alma como substancia imperecedera, que el sustantivo alma perdió su significado real al ser usado como prefijo de psicología, disciplina que mistifica[1] las nociones de psykhé, nous, y logos.

Esta mistificación denota la querencia hegemónica que dio lugar a la aparición del psicologismo, término este que, que paradójicamente nació para referirse a los filósofos kantianos opuestos a la filosofía hegeliana en la Alemania del siglo XIX, un giro hacia el «principio de inmanencia[2]«, una especie de “efecto supernova” de la Ilustración, empeñada como estaba en reformar la relación entre filosofía y ciencia, limitando la filosofía a reflexión sobre la ciencia, partiendo de la base de que todo conocimiento proviene de la experiencia interna, incluido el Dios necesario, prueba de cuya existencia, según Kant, radica en la libertad moral del hombre, que, al no poder ser probada metafísicamente, debe elevarse, a fuer de perplejidad, a imperativo categórico[3].

El psicologismo ha visto desde entonces ampliado su ascendiente a tal punto que ahora tiene aplicación a casi cualquier ámbito de las Ciencias Humanas, desde donde ha terminado por permear a lo político. En líneas generales, entendemos por psicologismo todo aquél enfoque que busque reducir campos o disciplinas a la psicología y sus métodos, especialmente cuando incluye la pretensión de utilizar la psicología como justificación última del conocimiento, y hasta como base para su racionalidad, como es el caso en tales posturas epistemológicas como el relativismo, el subjetivismo, el idealismo y el escepticismo radical.

Pese a todo, el psicologismo adolece hoy, de suyo, de las mismas inconsistencias —para las que no tiene respuesta— con las que nació, porque si las leyes lógicas describen procesos mentales del pensamiento como fenómeno natural, que se rige solo por leyes naturales (que al tiempo que lo causan, son el criterio de veracidad), el pensar queda perpetuamente atrapado en sí mismo, sin poder distinguir entre representaciones subjetivas y correlatos objetivos del conocimiento, excluyendo de paso la posibilidad de asir una verdad indudable. Huelga decir que la expresión “verdad relativa” es incompatible con la cordura, si no se entiende como mera doxa[4].

Como sostiene el profesor Javier San Martín[5] «el psicologismo no es una mera teoría epistemológica, sino que es una concepción antropológica que afecta al ser humano como ser racional, incapaz de comprender esta faceta decisiva del ser humano. Si el hombre es el resultado de hechos, no hay lugar para la razón, sin lo cual, no hay ciencia ni filosofía, pero tampoco ordenamiento político que se base en algo distinto de la fuerza ejercida por unos sobre otros. Por eso, tratar de fundar todo saber en hechos, como pretende el psicologismo, significaría pensar al hombre y a la sociedad como hechos desprovistos de razón». Este es verdaderamente el quid de la cuestión que nos ocupa.

Al aducir que la razón es el resultado de la constitución psico-fisiológica del ser humano, el psicologismo relativiza los principios lógicos, y convierte la lógica en una rama de la psicología, mezclando elementos heterogéneos del conocimiento, y confundiendo la base de lo fundado con lo fundante. Por supuesto, esto conduce a un callejón sin salida: o existen leyes ideales del pensamiento totalmente independientes de los eventos psicológicos, o simplemente no podemos comprender las leyes de dichos eventos.

Al adentrarnos en el ámbito de la lógica psicológica, y suponer que los fundamentos teóricos esenciales de los preceptos lógicos residen en la psicología, encontramos que la psicología, hasta la fecha, carece de leyes auténticas y exactas. Sus proposiciones son consideradas generalizaciones de la experiencia, enunciados de regularidades aproximadas en la coexistencia o sucesión de hechos. En consecuencia, el conocimiento carece de un fundamento sólido, y esto nos arrostra irremisiblemente a una u otra forma de pirronismo[6].

En última instancia, desemboca en situaciones que representan una negación de la posibilidad misma del conocimiento, pero no solo una falta de interés en el problema de su fundamento, sino una negación de los propios fundamentos: si la base de la lógica es psicológica y la lógica utiliza el mismo procedimiento experimental que la psicología, hemos de concluir que la lógica deriva su validez de la experiencia y la inducción, lo cual se antoja incoherente, porque si la lógica tiene un fundamento psicológico, y la psicología es una ciencia, entonces la psicología debe tener esos fundamentos, es decir, las leyes psicológicas.

Dado que tales leyes aún no existen, afrontamos un dilema: si es ciencia, no es su propio fundamento, y si es su propio fundamento, no es ciencia.

Por más que la psicología se fundamente en condiciones factuales, el psicologismo traspasa tales límites al intentar explicar estructuras epistemológicas no estrictamente determinadas por condiciones materiales. El psicologismo se caracteriza por su tendencia a combinar abstrusamente la razón práctica con la razón pura. La razón práctica, al estar basada en el proceso de descubrir la verdad, se considera de naturaleza psicológica, mientras que la razón pura, que se fundamenta en la verdad ya conocida, se tilda de lógica. La confusión entre lo psíquico y lo ontológico genera dos errores contrapuestos. En el primero, lo ontológico se reduce a lo psíquico (a explicaciones psicológicas), mientras que en el segundo, lo psíquico se confunde con lo ontológico.

Ambas situaciones ignoran lo ontológico, pero la primera simplemente lo niega, mientras que la segunda elabora una falsa ontología. Una consecuencia de esto ha sido la influencia que el psicologismo tuvo dando forma a las ideologías contemporáneas, la mayoría de las cuales han incorporado la premisa de que la validez de los principios lógicos proviene de causas psicológicas, lingüísticas y sociológicas. O dicho de otro modo; que la lógica forma parte de la psicología y la lingüística, porque se produce una analogía circular entre las estructuras lógicas y las estructuras sociales (v.g. Emile Durkheim[7] sostiene que las categorías lógicas se derivan de una estructura social internalizada), que deviene explicación causal a la par que fundamentación lógica.

Lo que esto significa, en román paladino, es que si los hábitos mentales y los criterios de veracidad de una determinada sociedad se pueden explicar en función de su vida social, dicha comunidad adoptará una u otra verdad debido a la configuración específica de su vida social, la naturaleza de sus instituciones, la impronta de sus costumbres y la conformación de sus valores, algo a todas luces falaz.

El problema común a todos los planteamientos psicologistas reside en omitir que la lógica no describe lo que sucede, sino lo que debería suceder: las propiedades de la lógica la distinguen de la causalidad en otros campos, porque la lógica se aplica universalmente a todos los dominios, sus leyes lógicas son absolutamente generales. En verdad, la lógica no se ocupa de la identidad particular de objetos o propiedades, sino solo de la forma de las proposiciones, sin que su contenido semántico le concierna en modo alguno: las leyes lógicas son previas, analíticas y necesarias, porque son independientes de las idiosincrasias de los eventos en el mundo real, y en consecuencia, no pueden quedar reducidas a interpretaciones psicológicas.

Naturalmente, esto no significa que debamos dejar de considerar por más que la abstracción sea un proceso cognitivo para llegar a la esencia misma de las cosas, tal esencia resulta influenciada por la interpretación cultural e histórica. Sin esto, no es posible concebir la idea de actuidad[8] de Xavier Zubiri; la relación entre inmanencia y trascendencia en la realidad concreta de las cosas, en su presencia y en su acción en el mundo. Aristóteles ya era consciente de esto, y por eso establecía una conexión entre la abstracción y la naturaleza conocida como versión cultural de sí misma; de ahí que el estagirita propusiera entender la sociedad como un elemento gnoseológico preliminar, tanto en la constitución del objeto como en la del sujeto, pero para transformar la psicología del conocimiento en una sociología del conocimiento, capaz de abordar las condiciones de posibilidad a priori tanto del objeto como del sujeto.

La crítica al psicologismo no parte pues de negar que el conocimiento genuino y la realidad en los seres humanos están mediados por el sistema cultural, y que comprender la naturaleza humana requiera tener en cuenta las situaciones históricas y la tradición. Por el contrario, dicha crítica arranca de la oposición a la sofística y al escepticismo; es una crítica a los límites del objetivismo lógico; una defensa de la necesidad de salvaguardar una base sólida y fundamentada para la validez del conocimiento objetivo y una reivindicación de que cualquier afirmación de verdad, incluida la declaración «toda verdad es relativa», presupone inevitablemente una mente radicalmente libre de toda determinación biológica y condicionamiento cultural.

Pero también se reprocha al psicologismo su aspiración de usurpar el espacio que corresponde a lo religioso, cuando repudia la pluralidad de saberes en la que la ciencia se ocupa del conocimiento objetivo y empírico del mundo natural, mientras que la religión se ocupa del conocimiento subjetivo y trascendental de la ultimidad.

Como hemos ido viendo, buena parte de las aporías del psicologismo derivan de su ambición dominante en el terreno cognitivo y querer aplicar los métodos de las Ciencias Naturales a las Ciencias Humanas, sin tener en cuenta que la singularidad en las Ciencias Humanas no se debe tanto a leyes psíquicas como a la unicidad cualitativa de la persona. Esto es, lo singular no aparece en la convergencia de ciertas leyes universales, sino en la personalidad irrepetible e inmutable de cada ser humano, lo cual se manifiesta igualmente en obras artísticas, culturales, y eventos históricos.

De hecho, las Humanidades incluyen la historia, centrada ésta en acciones personales y colectivas, además de la cultura, que estudia las obras y expresiones creadas por individuos o comunidades singulares.

A mayor abundamiento, en este ámbito hay dos modalidades cognitivas: las basadas en principios a priori, como el derecho y la lingüística, y las que dimanan del empirismo de las circunstancias históricas. En este subconjunto, debe distinguirse además entre la posibilidad de describir diversos tipos de cosas y cómo han cambiado a lo largo del tiempo, y la recreación estimada de caracteres históricos con características propias.

Con todo, lo que no es objetivamente posible en modo alguno es el conocimiento histórico a priori, pues cualquier pretensión en sentido contrario solo supondría suplantar hechos materiales con ucronías subjetivas. Es decir, haciendo psicologismo, no ciencia.

Si alguna conclusión nos quedase por extraer de todo lo expuesto hasta aquí, sería la clara incapacitad del psicologismo para actuar como tercera vía entre la lógica de lo científico y el pensamiento metafísico, fagocitando a ambos por el camino. No siendo capaz de establecer doctrinas sobre primeros principios (proposiciones cuya forma determina su contenido, y cuyo contenido determina su forma, de modo que pueden fundar sin ser fundados), ninguna de las manifestaciones del psicologismo, en su clausura material, podrá en un futuro previsible arrebatar la posición que ostenta el Tradicionalismo.

Éste, entendido como transmisión ininterrumpida a través de incontables generaciones de órdenes sociales, códigos morales, cánones de belleza asociados a la humana necesidad de creer en la revelación metahistórica y perenne de la Verdad; de una sabiduría primordial arraigada en lo trascendente, que nos consuele y ayude a abandonar[9] la limitación mental del presente, cuando nos damos cuenta, con T.S. Eliot, de que «están presente y pasado / tal vez ambos en el futuro presentes, / y el futuro en el pasado contenido / Si es el tiempo eternamente presente / todo tiempo es pues irredimible[10]

NOTAS

[1] En griego, psykhé=alma, nous=mente, logos=razón.

[2] El principio de inmanencia da cuenta de la propiedad de estar dentro de algo, es decir, de ser inherente a un ser o a una realidad. La inmanencia implica que algo está presente en su totalidad en una realidad determinada, sin necesidad de trascender más allá de ella.

[3] https://encyclopaedia.herdereditorial.com/wiki/

Postulados_de_la_raz%C3%B3n_pr%C3%A1ctica

[4] https://encyclopaedia.herdereditorial.com/wiki/Doxa

[5] San Martín, J. (1987). La fenomenología como utopía de la razón. Anthropos, Barcelona, p. 41

[6] https://encyclopaedia.herdereditorial.com/wiki/Pirronismo

[7] https://encyclopaedia.herdereditorial.com/wiki/

Antropolog%C3%ADa_social

[8] Actuidad: Energeia, plenitud de algo en el despliegue de sus notas (Inteligencia sentiente: inteligencia y realidad 13). 2.- Los actos no actualizados que posibilitan la actualidad. Zubiri los llama actuaciones. Actualidad se aplicaría a lo actualizado en aprehensión y actuidad a la realidad allende la aprehensión (Inteligencia sentiente: inteligencia y realidad 13, 137-142, 151; 156, 218, 229)(Inteligencia y Logos 283).

[9] Falgueras, I. (2003) Futurizar el presente: Estudios sobre la filosofía de Leonardo Polo. Universidad de Málaga. Servicio de Publicaciones e Intercambios.

[10] Eliot, T.S. (1974) `Burnt Norton’, Collected Poems, p. 177. Faber and Faber, London.

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